Al comenzar el año renovamos los afanes, ilusiones y propósitos que formulábamos para el año que acaba de terminar.
En ese querer renovarse nos comunicamos con esa frase festiva: año nuevo, vida nueva. Para mí quedó en desuso ese dicho después de escuchar directamente a San Josemaría: "Año nuevo lucha nueva", porque va más acorde con las aspiraciones y la realidad que el hombre espera de estos 365 días que tiene por delante.
Nuestra vida está anclada en pequeñas cosas, esas realidades nos ayudan a caminar siguiendo el sendero que nos llevará a algún lugar. En ese sendero los apoyos son como esos olivos que al ser sembrados se le protegen con trozos de aspa de maderas, para que no se doblen y queden libres de las amenazas e inclemencias del tiempo.
Los olivos tras su arraigo en la tierra se mantienen firme y así el labrador espera paciente su crecimiento, para más tarde recoger sus frutos. Así el hombre que no sabe dónde va, tarde o temprano tropieza y pierde el equilibrio.
Las cosas pequeñas las necesitamos, pero es fácil acomodarnos a ellas. Nos ayudan porque todos somos insignificantes y así nos creamos nuestro pequeño Imperio. Intentamos hacer de lo pequeño lo grande, de lo perfecto lo mejor y así enrolándose en la vida corriente, desviar el esfuerzo por la facilidad, sin aspirar a más...
Si lo perfecto se consigue fácilmente, para qué esforzarse más. Aunque sea una vida razonable, una vida aceptable, sin grandes luchas, sin altibajos, llevadera, con esas pobres aspiraciones, nunca se encontrará grandes logros.
El ser humano tendría que ser como el atleta. Tiene que ir alcanzando las marcas que se propone, sin estacionarse. Cada día sin descansar -si su refugio es el esfuerzo- es ahí donde encuentra el éxito.
Si volvemos al ejemplo del labrador, la paciencia y la espera consiguen la cosecha. La meta del hombre no está en la altura, sino todo en lo que pueda estar al alcance de su mano: en la vida profesional, social y familiar. Y es ahí donde se alcanzan las metas recompensables.
Puede ser materia de reflexión, con la profundidad interior que el hombre debe utilizar, que el sendero reclama lucha.
Es ocasión de agarrarnos a ella porque la exigencia conlleva a buscar siempre algo más, merece el logro por parte del esfuerzo y el entusiasmo que se ponga en su búsqueda. Lo mejor es siempre una aspiración noble. Y, además, los que creemos en Dios tenemos experimentado que este vigor es lo que nos lleva a Él.
Que no se rompa, en nuestras manos, el esfuerzo humano. Es una herencia que hemos recibido en solitario, para que nuestras manos sean como el espiral que eche a voleo tantos proyectos que son realizables. Si el hombre tiene en sus manos la llave "el abre y cierra". Somos dueños de nuestros actos. Nos conviene asimilar el consejo tan conocido: no dar puntadas sin hilo.
Conviene ventilar las aspiraciones para que entre el sol en nuestras vidas, para oxigenar nuestro entorno, sin conformarnos con una vida mediocre. ¡Cuesta!, claro que cuesta. Si se pretende vivir una vida vulgar, gris y corriente difícilmente se puede apreciar la belleza de esta. En la exigencia que la vida nos marca y en lo que nos ofrece, encontraremos en este año nuevo la felicidad de alcanzar la cima.
Recordando el éxito de alcanzar la cima, recojo un comentario que hizo el Astronauta Douglas Wheeloch cuando al volver a la tierra, después de viajar por el espacio, viendo la grandiosidad de ella, comentó a los periodistas: "Echar raíces, respirar su aire cada mañana. La vida es un privilegio, aprovechémosla. Aquí no estamos por casualidad, ni accidente, todos tenemos un propósito: fuimos elegidos".
Es así, donde se va encontrando la dicha de la vida, que consiste: "En tener siempre algo que hacer y que esperar, alguien por quién sufrir y a quién amar".
Inés Robledo Aguirre