Cada vez que se publica el informe PISA la sociedad española se estremece y la clase política, dependiendo del color, bien busca excusas o culpables.
El resultado de este informe es la suma de un cúmulo de despropósitos. Si hacemos un breve repaso a nuestra más reciente historia educativa nos encontraremos que desde los primeros ochenta empezamos a revolucionar el sistema educativo.
Recuerdo la prohibición de mandar deberes escolares para la casa, el niño no debía ser agobiado con tanto trabajo y responsabilidad. Por aquel tiempo fue muy popular el principio de que todo se debía aprender jugando. También por la misma época proliferaron grandes profetas educativos (psicólogos, pedagogos, sociólogo...) que predicando, principalmente desde la pequeña pantalla, divulgaron hasta la saciedad el concepto de trauma y frustración.
Ambos conceptos calaron rápida y profundamente en la sociedad y ante cualquier contratiempo, dificultad o la no complacencia del capricho de turno podía acarrear horrendas consecuencias que marcarían negativamente el futuro de la persona traumatizada.
Esto trajo consigo una infinita complacencia. Estos mismos gurús extendieron la idea de que el padre que ejercía como tal era una figura desfasada, retrograda y autoritaria. El padre tenía que ser un colega del hijo y si no era así los hijos arrastrarían de por vida la losa del trauma del padre autoritario. Esto mismo ocurrió con la figura del maestro. En el ámbito escolar todo esto quedo reflejado en el modo de evaluar, apareciendo el concepto. Evaluar según capacidades. Con este argumento todos progresaban adecuadamente, eliminando de un plumazo el esfuerzo y el mérito. Ni que decir tiene que todos los alumnos promocionaban de curso, independientemente del rendimiento y comportamiento.
Hablaba anteriormente del maestro colega ¿Consecuencia? Una total falta de autoridad, siendo cómplice la autoridad educativa, que ante cualquier conflicto siempre apoyaban al alumno y a sus padres, viéndose el docente totalmente desamparado. A la falta de autoridad, últimamente, se le ha sumado un galopante desprestigio social y económico, pues cualquier joven, si preparación alguna, simplemente arrimando ladrillos ganaba más del triple que un profesor.
En la misma proporción que aumentaba el desprestigio aumentaban también las tareas encomendadas al profesorado; ahora hay que enseñarles, además de las materias oficiales y regladas otras tan variopintas como: lavarse los dientes, sentarse y vestir con decoro, entrar en una clase o despacho y las más elementales normas sociales, llegando al sumun educativo y competencial de cómo y cuándo autocomplacerse.
Cualquier niño de hoy, después del horario escolar asiste a varias actividades: judo, ballet, piano, informática, natación, hípica... Y llegando a casa no faltará la televisión en su cuarto. No hay que ser muy sesudo para entender que todo esto resta tiempo y esfuerzo a lo primordial.
Últimamente se han puesto de moda las series televisivas ambientadas en el mundo escolar. Sus argumentos son falaces, muy alejados de la realidad, haciendo creer, al publico adolescente y menos adolescente, en unos modelos y valores totalmente opuestos al auténtico mundo de la educación ,en el más amplio sentido de la palabra.
Por no extenderme en demasía, y para concluir, sería conveniente confrontar los resultados del informe PISA con los últimos datos del consumo de drogas y alcohol por parte de la población juvenil española. Seguramente podremos extraer reveladoras y muy tristes consecuencias.
Manuel Villena Lázaro