Honores de portada le concede El País (martes 31 de julio, fiesta de San Ignacio) a un reportaje titulado "En la sanidad pública no se aborta" (en la edición digital se titula "El aborto se queda en lo privado" y varía ligeramente su redacción). Lo cual es una gran verdad y una enorme mentira. Es verdad porque los médicos se niegan a ser carniceros, a pesar de que esta generación de médicos ha sido educada con manuales donde se habla del aborto como un medio anticonceptivo más.
Pero es una gran mentira porque lo que los autores/as (ahora entre los progres está de moda el firmar con el apellido y ocultar el nombre, porque nuestro pudor sexual ha crecido grandemente o porque, qué quieren que les diga, tiene mucho morbo eso de no saber si quien escribe es él, o ella: ¡Mmmmmm!) aluden, casi ocultan, a que los abortos se ejecutan en clínicas privadas… financiadas por el erario público. Verbigracia –esto no lo dice El País-: la muy conservadora Esperanza Aguirre, presidenta de Madrid por el Partido Popular, financia el 21,3% de todos los abortos que se perpetran en los abortódromos privados capitalinos: Dator, Callao, Isadora, etc.
El reportaje es toda una muestra del cinismo que se ha apoderado del periódico más vendido de España, desde que lo ha tomado el lobby rosa. El lobby feminista lo ha controlado desde su nacimiento, siguiendo el principio de que todavía hay algo más tonto que un obrero de derechas: un hombre feminista. Pero ahora ha llegado el lobby gay, un complemento lógico del anterior. Recuerden que, a fin de cuentas, el feminismo siempre acaba en lesbianismo. Nada tiene que ver el homosexual con la mujer, pues el cacorro no es sino una caricatura bastarda de algo tan importante como la feminidad (reparen en los prototipos de mujer que escriben novelistas y cineastas gays: histéricas, desquiciadas y desgraciadas), pero lo homo sí que conecta con el feminismo. Por de pronto: ambos odian la vida del no nacido con idéntico entusiasmo, y ambos odian la protección de los pequeños, es decir, la familia, con idéntico frenesí.
Pero volvamos al reportaje. Los autores (¿o serán autoras?) cargan contra la objeción de conciencia de los médicos, los muy miserables. Incluso animan a poner en marcha medidas como la adoptara por la Xunta gallega, que está dispuesta a premiar con sobresueldos a aquellos doctores que se presten a perpetrar abortos en la sanidad pública.
Y miren qué casualidad: la tesis del artículo de El País consiste en cargarse la objeción de conciencia. ¿De dónde viene esta obsesión de los progres contra el derecho a la objeción de conciencia? Pues naturalmente, del carácter totalitario del progresismo. Es decir: lo que quiere imponer El País es el aborto obligatorio, lo que quiere instaurar es el totalitarismo de obligar a un ser humano, en este caso a un médico, a actuar contra su conciencia, porque de otro modo, estará actuando contra la ley.
Como dicha ley fue promulgada en el 85 y sí reconoce la objeción de conciencia, lo que persiguen es cambiar la ley, proscribir la objeción.
Si reparan en este tendencia, verán que es una constante progresista: suprimir la objeción de conciencia para los médicos que se niegan a abortar, para los jueces y alcaldes que se niegan a casar homosexuales, o para los padres que se niegan a que les laven el cerebro a sus hijos con Educación para la Ciudadanía. La excusa es legalista y burocrática, como siempre ocurre con las dictaduras: todos somos iguales ante la ley. Lo cual es muy cierto, pero no todos tenemos los mismos principios, y a nadie se le puede obligar a actuar en contra de sus convicciones básicas. De otro modo, ni ha libertad ni hay democracia, sino la peor de las dictaduras: la que nos obliga a ser otro, a ser, ¡terror de los terrores!, lo que no queremos ser. El resto de las libertades afecta a nuestro actuar, pero si nos suprimen la objeción de conciencia estarán atentando contra lo que somos.
Decía esa mente privilegiada que fue el británico John-Henry Newman, padre del movimiento de Oxford, que "La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo". No se le ocurrió afirmar que la conciencia estaba por encima de la ley: seguramente le pareció una obviedad innecesaria. Pero hoy, siglo y medio después, cuando los periódicos de calidad defienden tesis que sonrojarían a Adolfo Hitler, estamos obligados a solemnizar lo obvio. Por ejemplo, obviedades de este cariz: Que a nadie se le puede obligar a asesinar a la persona más inocente y más indefensa, al niño no nacido. No se le puede obligar… ni tan siquiera en nombre del Estado de Derecho.
Eulogio López