El reto del Papa Francisco no es la Iglesia de los pobres, porque la Iglesia siempre ha sido de los pobres. El cristiano que crece en santidad es porque antes ha crecido en justicia, también en la justicia distributiva. Ese es un reto de siempre y, además, la Iglesia y los cristianos han sido, a lo largo de 2.000 años, mucho más generosos en este punto que el resto de los mortales. 

La pobreza no es el reto de ahora mismo para la Iglesia. Así, si me obligaran a decir cuáles son los dos retos a los que se enfrenta el Papa Francisco diría que son los dos retos actuales de esta etapa de cristofobia: la Eucaristía y Medjugorje. O mejor, la recuperación del asombro eucarístico y terminar con la confusión que reina sobre unas apariciones reales como son las de Medjugorje.

Empezando por esta segunda: si algo caracteriza a la Iglesia durante los siglos XX y XXI, son las revelaciones marianas. El auxilio de los cristianos ha tomado un papel clave en esta etapa de fin de ciclo de la historia y se prodiga como probablemente no se haya prodigado jamás. La Iglesia siempre se ha tomado su tiempo para dictaminar sobre todo suceso extraordinario, porque -es cierto- lo propio del cristianismo es lo ordinario. Ahora bien, con la que está cayendo, a lo mejor lo importante se ha convertido en urgente. Medjugorje no es sólo Medjugorje, es mucho más, es la piedra de toque, el crisol donde nos jugamos la civilización del amor o el final de la civilización.

Pero aún más importante es recuperar el "asombro eucarístico". Y aquí no se trata de hablar en negativo. Es decir, está claro que los que viven en una situación irregular no deben acceder a la comunión, pero eso sería afrontar la cuestión como lo haría cualquier vaticanólogo: en negativo. 

El antecesor del argentino Papa Francisco, el polaco Juan Pablo II publicó en 2003 'Ecclesia de Eucharistia'. En ella, abordaba la cuestión clave del mundo actual: lo que Karol Wojtyla denominaba "las sombras' que oscurecen la transustanciación en el mundo actual: el abandono de la adoración eucarística, los abusos litúrgicos de todo tipo, propios de quienes no creen -también curas oficiantes- que en el pan consagrado esté el mismo Dios, una comprensión y vivencia reductora, que circunscriben la misa a un banquete fraterno en lugar de un verdadero sacrificio de la Cruz, sacrificio incruento, pero revivido, no recordado, etc.

San Juan Pablo II recordaba, como ya tuviera que hacerlo San Ignacio de Antioquía, unos cuantos lustros de siglos atrás, que la eucaristía es "una medicina de inmortalidad, un antídoto contra la muerte". Para el Papa polaco los que reciben la comunión son "viajeros del tiempo", porque la recepción del cuerpo glorificado de Cristo nos pone en contacto con "los tiempos más allá de los tiempos", y porque con ella, "el tiempo del Reino de Dios llega a su plenitud".

Pero también recuerda que Wojtyla que, tras el Concilio Vaticano II se ha producido una disminución masiva de la asistencia a Misa en el orbe católico. Y en estos 11 años de la encíclica juanpaulina mucho me temo que la sombra ha crecido hasta lo de ahora mismo, donde está en juego -no exagero, pueden creerme- la abolición misma de la eucaristía o su perversión.

Estos son los retos del Papa Francisco. Comparados con ello, el resto son fruslerías.

Eulogio López

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