¿Odia Zapatero a España? Aunque a estas alturas a lo mejor la pregunta es. ¿Por qué odia Zapatero a España? ¿Por qué le gusta atentar contra su soberanía, contra su unidad y contra su dignidad? ¿Sólo por molestar a la derecha? ¿Es la derecha más odiable que los no españoles? Se me ocurren otras formas de fastidiar a José María Aznar, que por otra parte ya no es nadie, antes que golpear el trasero de los españoles.
Hasta los partidarios del Nuevo Orden Mundial pongamos la Trilateral, Naciones Unidas, el Banco Mundial, el movimiento oenegero subvencionado, el Foro de Davos o el Club Bilderberg, imbuidos de su internacionalismo elitista, sienten cierta querencia hacia sus orígenes, que no en vano patria y padre tienen una misma raíz. Pero Zapatero no. Zapatero, al parecer, no siente querencia alguna sino hacia sí mismo. Después de todo, Mr. Bean no es un tipo tan absurdo como parece. Su proceder tiene una lógica férrea: lo único que le preocupa es mantenerse en el poder y cuidar sus fobias, aún más que sus filias. Una fobia hacia Aznar que, como he dicho antes, no pinta ya un comino en sitio alguno.
Veamos: lo primero que hizo nada más llegar al poder fue advertir al Foreing Office británico que se quedaran tranquil la diplomacia española dejaría de presionar por esa lamentable pretensión de que el peñasco fuera, al menos, objeto de negociación. Los ingleses reaccionaron con estupor en un primer moment Qué caramba, nadie da todo a cambio de nada, Mr. Bean no podía ser tan idiota. Luego cambiaron de opinión y de Gibraltar nunca más se habló.
Inmediatamente, Zapatero se vio obligado a deshacer el mal de Aznar en Perejil, por lo que no le quedó otro remedio que hermanarse con Mohamed VI, el principal sospechoso de organizar el 11-M. Un detalle: fue en Tánger, hotel Le Mirage, donde, enero de 2005, cuando la peletera Elena Benarroch celebró su fiesta de cumpleaños. Que, no en vano, es una sefardí natural de aquella ciudad marroquí. Todo gira alrededor de Benarroch, la mujer que viste a Felipe González y a Sonsoles Espinosa, la mujer de Zapatero. Allí estaban los ganadores, el ex presidente del Gobierno, el financiero Juan March rindiendo la pleitesía de las finanzas progresistas al nuevo poder, Matías Cortés, representante eximio de don Emilio Botín y don Jesús Polanco. Y allí estaba, el más grande, el hermano del PSOE triunfador, el mismísimo monarca Mohamed VI. Estoy tan seguro de lo que digo que mi fuente son las fotos publicada por Semana, nada menos, pero si ustedes quieren profundizar en la cuestión, relean el número de Hispanidad del 4 de Febrero De 2005.
Así que, si Mohamed pide Ceuta y Melilla, pues se le dará. Y si luego exige Canarias, ya se andará. Zapatero saca seis puntos de ventaja a su adversario político en las encuestas.
Y si ETA exige la paz y el perdón a cambio de nada, ni tan siquiera de unas palabras de explicación a las víctimas, pues así se hará. Zapatero seguirá en La Moncloa.
Y si Carod Rovira afirma que las condiciones de Cataluña en España no las marcan los españoles sino los nacionalistas catalanes, pues lo mismo da mientras Zapatero siga en Moncloa.
Después de todo, no es que Zapatero odie a España. Le ocurre lo mismo que a los diputados de ERC en el Congres necesitan que exista España para poder cobrar un sueldo del odiado Estado opresor. Zapatero también necesita a España, porque si no España no existiera, él no podría ser su presidente.
Y a todo esto, lo más significativo es que ningún estatuto catalán ni ningún plan Ibarretxe van a romper España. La unidad de España es como el viejo Banesto, del que se decía que ni Mario Conde era capaz de hundirlo. El dramatismo que percibo en muchos periodistas y políticos, posiblemente encabronados por la chulería carodiana, es un dramatismo fatuo o interesado. La unidad de España es irrompible, especialmente en un mundo globalizado, y la cesión de soberanía a Naciones Unidas o a Bruselas tiene un efecto más disolvente que cualquier traspaso de competencias a vascos y catalanes. El problema real sigue siendo el mism no la ruptura de España, sino la España que tenemos, que resulta francamente mejorable.
Eulogio López