¿Cómo es posible que el ministro más catalanista del Gobierno Rajoy, es decir, José Manuel García-Margallo, se haya convertido en el portavoz del Ejecutivo contra el referéndum que pretende Artur Mas. 


Sencillo: porque Artur Mas (en la imagen) practica la violencia pacífica, mejor, la violencia pasiva. Es decir, Artur Mas juega el papel del más rancio nacionalismo catalán con quien no es posible entenderse, aquel que no pretende la independencia de Cataluña sino que busca otra cosa: busca que Madrid se la deniegue para poder seguir quejándose.


En Hispanidad ya hemos contado que, un año antes, Margallo, frente a la opinión de Soraya Sáenz de Santamaría, propuso un acuerdo con Cataluña, que supondría, por de pronto, un nuevo esquema fiscal, similar al vasco y al navarro. La única condición era que Artur Mas se diera por conforme -el famoso 'prou'- y aceptara públicamente el acuerdo entre Barcelona y Madrid. Pero Mas no aceptó el 'prou' por la razón antedicha. Luego, llegó la alternativa forjada en La Zarzuela, que conllevaba el mismo acuerdo con CiU, pero con tal de que desapareciera Mas, porque no había forma de acordar nada con él. En resumen: a Mas no le convence nada porque no quiere que nada la convenza.


¿Qué es lo que está ocurriendo Pues que no hay diálogo porque una de las partes practica la violencia pasiva. Y esa parte es el presidente de la Generalitat.


Mas fija la fecha del referéndum y las pregunta del mismo, y luego pide diálogo. Mas asegura que no descarta la declaración unilateral de independencia. Mas prepara a los 'mossos' para que saquen las urnas a la calle el 9 de noviembre y se celebre el referéndum.


En definitiva, Mas impone las condiciones del diálogo y luego acusa al Gobierno de Madrid de no querer dialogar. Ante estas imposiciones, ¿qué puede hacer el Gobierno central Puede enviar a la Policía Nacional y a la Guardia Civil para evitar que los 'mossos' y el personal de Interior de la Generalitat ubique las urnas el 9 de noviembre, pero entonces nos encontraríamos ante un enfrentamiento armado. También puede intervenir la Generalitat, pero eso nos llevaría a un enfrentamiento civil abierto.


El presidente de la Generalitat repite que los catalanes son pacíficos y niega la legitimidad del referéndum de Crimea porque el suyo es legal. Pero todos sus actos desmienten sus palabras. Es el mejor ejemplar de la fauna política española en materia de violencia pacífica: no quiero nada contigo, no acepto ningún acuerdo que lleve al 'prou', pero insisto en que soy pacífico y quiero diálogo. Es la posición de quien practica la violencia pasiva (psicológica, se dice en otros ámbitos) para obligar al contrario a emplear la fuerza.


Y esa postura puede llevar al enfrentamiento armado pero, en cualquier caso, ya ha contribuido a llevar a España al guerracivilismo. Antes, la catalofobia era un invento del victimismo nacionalista. Hoy es una tristísima realidad.


Enfrente tiene al Gobierno de Madrid, al que se le puede acusar, con justicia, de no haber movido ficha dos años atrás, cuando Mas decidió convertirse en un mártir del catalanismo. Pero, a partir de entonces, se fue cargando de razón. Porque, ¿Cómo se cree el señor Mas que se siente Juan Español cuando los catalanistas le dicen que no quieren convivir con él Juan Español se pregunta a sí mismo si huele mal, si es inferior a los catalanes. Y entones surge la mala leche.  


Ahora, Rajoy emplea dos argumentos, cierto el uno, falso el otro. Cierto cuando asegura que en un hipotético referéndum catalán deberían votar todos los españoles, no sólo los catalanes, porque casi todos los catalanes sienten a Cataluña como parte de España y porque muchos catalanes se sienten, además, españoles. Y es cierto. Es el problema del derecho de los nacionalismos, en los que no se discute el Estado de derecho sino el tamaño del estado. Y tan legítimo lo uno como lo otro.


Ahora bien, Madrid no tiene razón cuando habla de mantener la legalidad a toda costa. Por ejemplo, Rajoy interpone, como argumento principal, (una vez más el domingo, en entrevista con el 'ABC'), que él no puede aprobar un referéndum ilegal. Eso es una tontería: toda nueva ley ilegaliza a la que sustituye. Si llevamos al límite ese argumento, resulta que no podríamos hacer leyes, so pena de incurrir en ilegalidad permanente contra las leyes en vigor.


Al final, hemos logrado el guerracivilismo por la vía de la violencia pasiva, aquella que se formula en nombre del diálogo pero con los hechos consumados como enseña. Eso es guerracivilismo. Eso sí, sin violencia activa.   


Eulogio López
eulogio@hispanidad.com