Como uno es de barrio bajo (de Ventanielles, Oviedo) no entiende de sofisticadas sutilezas sexuales, como la asfixia erótica, que está muy de moda. Ariel Castro (en la imagen) el salvaje que, durante años, secuestró y violó a tres niñas en Cleveland se suicidó, al parecer, por este procedimiento.

Eso de asfixiarse para disfrutar más del autosexo es algo que revela lo de siempre: no es que los locos se vuelvan malos es que los malos se vuelven chiflados. Lógico, el pecado no es más que un atentado contra los mandamientos de Dios y contra la ley natural, que es lo mismo. Por eso Chesterton repetía que lo que no es sobrenatural acaba siendo antinatural.

Por tanto, quien vulnera esa ley natural acaba por no vivir en la realidad, y entonces entra en el terreno de la demencia. En el caso del sexo ocurre lo mismo. El sexo en las personas es una maravilla con un significado y una función: la donación de uno mismo al otro y la apertura de ambos a nuevas vidas. Cuando el sexo se convierte en dominación y utilización del otro y se separa de la función generativa, entras en la irrealidad y acabas chiflado perdido. En pocas palabras, que no se puede separar el sexo del amor.

Pero no sólo eso. Como recordaba el genial demonio de Clive Lewis en Cartas del diablo a su sobrino, el sexo como uso del otro, sin entrega y sin apertura a la vida acaba en el círculo vicioso del hedonismo: un ansia siempre creciente de un placer siempre decreciente.

Y, al final, como siempre, el hedonismo se convierte en masoquismo… como la majadería del asfixia erótica, que acaba por ser mucha asfixia y poco erotismo.

Eulogio López

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