Sr. Director:
El 'Necronomicón' de Lovecraft, catalogado como un libro casi maldito de la literatura universal y una obra de ficción renombrada, se ha convertido cada día que pasa en una semejanza a la inquietud que el BOE parece arrojar entre la sociedad española en las ocasiones que sale a relucir en la palestra política un proyecto que luego será ley.
Esta reflexión viene de la cultura directamente, sin más artificios o comentarios estudiados de antemano, es sencillamente una comparación que cada vez se hace más real y palpable en el entorno social de esté país.
La nueva ley que se cuece entre los sillones del Consejo de Ministros y vuelve a tocar el espacio reservado a la cultura ideado por su máximo representante en el ministerio, dado a pregonar misivas, en las que los autores parecen aventajados por ellas no es sino una nueva modalidad de abandono progresivo a la cultura y la educación en nuestro país. Infecta trayectoria la de esta educación con las modificaciones que el Gobierno lleva a cabo y que completan un amplio abanico de descalificaciones a opciones reservadas a un modelo cada vez más recurrente del aprendizaje social.
Las bibliotecas deberán hacerse cargo de un canon referenciado por el derecho del autor a su obra, desde el preciso momento en el que un libro salga de sus instalaciones para ser leído por el ciudadano en cuestión. Aquí no duelen prendas dejar pasar desapercibido a conciencia el hecho lamentable de muchos ciudadanos carentes de recursos para la compra de ese título deseado para su lectura e incluso necesario en su formación. La pelota caliente se la pasa el Gobierno Central a las CCAA, ya de por sí, poco dadas a gastar dinero en modernizar sus estantes, ahora tendrán menos oportunidades de hacerlo con esta nueva ley, Lejos de servir para revertir ingresos a los autores, esta maniobra parece estar ideada con la única motivación de apostar por otras inversiones que les resulten más provechosas que las de mantener la cultura entre los menos afortunados a acceder a ella por la falta de ingresos o la necesidad de cubrir otras necesidades más básicas a la supervivencia y la dignidad de las familias, los jóvenes, mantener la mente fresca del jubilado o el tiempo exageradamente libre del desempleado.
Lo lamentable es que los escritores no perciben el aumento de sus ingresos, ni los que regentan las librerías verán proliferar su negocio.
El problema está en las medidas necesarias para poder mantener intactas las posibilidades de las bibliotecas de ofrecer a sus usuarios el producto demandado. Ya se buscarán un nuevo modo de recaudar a la hora de rehacer el carné de usuario para que la pelota sea recibida en pleno rostro por los ciudadanos, verdaderos benefactores de la cultura en nuestro país.
Juan Antonio Sánchez Campos