Es un caso real, se lo aseguro. Se trata de un catedrático del instituto con un pequeño terruño para sus ratos libres. Le gusta el campo y le gusta, como a los hobbits, las cosas que crecen.

Planta todo tipo de frutas y hortalizas e incluso tiene unas matas, en las que recolecta frambuesas. Unas frambuesas de lujo, de las que se venden en las fruterías madrileñas a 25 euros el kilo.

Nuestro hombre hace mermelada con las frambuesas porque no puede consumir todo lo que produce. Le digo que debería venderlas, en lugar de machacarlas. Incluso regalarlas, si lo prefiere. Pero ninguna ONG las quiere, porque hay que pagar el transporte y porque son un producto perecedero que se estropea enseguida. Y en cuanto a la pretensión de venderla a unos grandes almacenes, lo primero que me responde es que él no va a ser tan mezquino como para ir a ofrecerlas a El Corte Inglés.

Si hay algo claro es que lo que sobran en el mundo son alimentos. De ahí, el absurdo del hambre en el planeta tierra

Lo pienso mejor y creo que tiene razón. En efecto, ni el Banco de Alimentos está preparado para manipular productos perecederos ni para casar tanta oferta sobrante con tanta demanda hambrienta, ni El Corte Inglés puede permitirse el lujo de la lógica: es decir, comprar directamente al agricultor sin satisfacer todas las trabas sanitarias y burocráticas que exige la venta de alimentos.

De lo que pueden sacarse dos conclusiones:

1.Si algo sobra en este mundo con tantos hambrientos es alimentos. La tierra puede alimentar a decenas de humanidades. Lo que ocurre es que hay mucho egoísmo y mucha burocracia.

2.Hemos creado un mundo demasiado complejo en trabas burocráticas que enervan más a los más creativos, a los mejores productores. Tenemos tanto miedo a morirnos y al dolor que todo son trabas en nombre de nuestra salud y de nuestra seguridad. Y por eso las frambuesas valen 25 euros por kilo en lugar de la décima parte.

Es la balada de la frambuesa o por qué las cosas marchan siempre mal.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com