El poder -sea la ONU, la Casa Blanca o el Parlamento Europeo, es decir, Mordor, no pretende defender la sodomía, sino imponerla. El grado de imposición más brutal no es la legalización del homomonio, sino impedir hasta la libertad de discrepar, es decir, a libertad de expresión.
El caso del activista –es decir, del líder gay- asesinado en Uganda resulta sintomático del proceder del Señor de Mordor y de sus espectros del anillo: se ha demostrado que fue asesinado por otro gay pero sencillamente, el Señor Oscuro ha decidido omitir el hecho y centrarse en la propaganda, que resulta mucho más eficaz: parte de una precisa que es una mentira y a partir de ahí se puede conseguir convertir una anormalidad en un derecho humano, perseguible en su incumplimiento. Es decir, la esencia misma del pensamiento actual, conocido desde que Jesús de Nazaret lo denunciara como la blasfemia contra el espíritu Santo, aquella que no se perdonará ni en este mundo ni en el venidero. Esto es: convertir lo bueno en malo y lo malo en bueno. Estamos ante la moralidad invertida. Nunca mejor dicho.
Naturalmente, toda a partir de una mentira.
La homosexualidad no es una enfermedad es una inmoralidad que abdica de la procreación y que califica como sexualidad a la introducción del pene en el recto. Otra cosa es que, como tal inmoralidad, provoca enfermedades, sean físicas o psíquicas. En este caso, las dos. Y, como ocurre en la Tierra Media, la moral siempre vence si los buenos, hombres y elfos, son fieles a sus principios. En ese caso, los orcos siempre serán derrotados. Ahora bien, si Gondor, por desesperación o por cobardía, se inhibe, entonces Sauron impondrá su ley, que no es la ley natural sino la ley de la fuerza. La batalla contra la sodomía no consiste en atizar a los gays –es mas, consiste en ayudarles a salir del infierno- sino en no aceptar la mentiras que propalan el Señor de Mordor y los espectros del anillo.
Eulogio López