Es un Quijote del que ya hemos hablado en Hispanidad. Se llama José María Trevijano y está luchando, desde hace ya siete años, porque se reconozcan los derechos de suscripción preferente de los accionistas en ampliaciones de capital y en obligaciones convertibles, es decir, la gran merienda de negros con la que los equipos directivos de las grandes empresas y de los grandes bancos premian a sus próximos a costa del pequeño accionista. Por decir algo, sólo en las emisiones de obligaciones convertibles del BBV, en 1996, Trevijano calcula que, con la supresión del derecho de suscripción preferente, los accionistas del BBV perdieron 180 millones de euros (unos 30.000 millones de pesetas). Ocurre que SCH, Telefónica, Repsol, etc, siguieron el mismo camino y ya para hacerlo fácil, Rodrigo Rato dio a los directivos el soporte legal necesario para restringir o suprimir este derecho con la reforma legal de 1998.
Ahora, para comprar el mexicano Bancomer, el BBVA de Francisco González (el mismo que se atrevió a calificar de demagogo a Trevijano durante la Junta de Accionistas de 2003) ha lanado una ampliación de capital por valor de 2.000 millones de euros, con el objetivo de comprar el 40% de Bancomer (actualmente posee el 60%). La ampliación está reservada a clientes institucionales, en suma, a fondos de inversión y de pensiones, y a ella no puede acceder el pequeño accionista. Es decir, que no sólo se les suprime su derecho a la suscripción preferente, sino que, simplemente, no podrán acudir y hemos terminado. Al gestor moderno no le gusta el accionista individual, prefiere reunirse con los fondos, siguiendo el viejo consejo del que fuera presidente del City, John Reed: yo primero rindo cuentas a los gestores de fondos (una docena de señores bastaría), luego a los medios informativos y, en tercer lugar, muy en tercer lugar, a los accionistas.
Y lo más gracioso es la razón que alega el BBVA, según informa el diario Cinco Días, para excluir a los accionistas particulares: "La exigencia de interés social". Es decir, que lo social consiste en eliminar el acceso de los cientos de miles de pequeños accionistas y circunscribirlo a los gestores de fondos, verdaderos gestores del capitalismo moderno. Todo muy 'social'.
Ahora bien, dado que la ampliación se hace a precios de mercado, aunque los minoritarios pudieran acudir no tendrían ganancia alguna. Cuando los accionistas ganan es cuando los administradores deciden emitir nuevas acciones por debajo del precio de mercado, porque es cuando su derecho de suscripción tiene validez y es también cuando al accionista veterano le conviene suscribir la ampliación.
Por tanto, lo que ha hecho BBVA es una cuestión de huevo (en este caso, no en el 96), sino de fuero. Se conculca un derecho, dado que el dinero de los accionistas de BBVA es tan bueno como el de un fondo norteamericano. Por otra parte, persistir en estas prácticas, tras tres años de crisis bursátil y uno de reducción del dividendo en un 10% (Ejercicio 2002), parece ya un cierto ensañamiento.
Otrosí. Deutsche Bank afirma que la ampliación puede diluir el valor de la acción del BBVA. Es uno de estos argumentos que repiten los analistas y que carece de todo sentido. Aumenta el número de acciones, pero también aumenta el porcentaje de Bancomer en posesión del BBVA y, por tanto, el dividendo previsible que pueda proporcionarle. Además, si se trata de una buena compra, la acción subirá en el mercado. Por tanto, no hay dilución que valga ni derecho a vender más caro. Lo que ocurre es que los bancos de inversión siguen siendo analistas e intermediaros al mismo tiempo.