La tesis del presidente del BBVA, Francisco González, así como la del consejero delegado, José Ignacio Goirigolzarri, sobre el ejercicio 2002, el primero con FG como presidente único de la segunda potencia financiera española, es muy simple: Hemos realizado saneamientos extraordinarios, anticipados, provisiones que nadie nos había exigido, por valor de más de 1.100 millones de euros. Ese paquete se desglosa en dos grandes bloques: 683 millones destinados a paliar las pérdidas en Argentina (Banco Francés), diferencias de tipos de cambio y las aportaciones de las participadas (especialmente Telefónica). El segundo bloque lo engloban los 245 millones destinados a cubrir las minusvalías de Brasil, 129 para anticipar la amortización de fondos de comercio, especialmente en Iberoamérica, y otros 43 para pagar prejubilaciones.

Así que el beneficio atribuido desciende nada menos que un 27% (14,2 el beneficio bruto) y el accionista también se tiene que rascar el bolsillo: su dividendo cae un 9%, que todos tienen que colaborar a la buena marcha de la empresa.

Pero todos esos saneamientos, incluso anticipados, no justifican que el margen básico caiga un 10,8% o que le margen de explotación lo haga en un 0,4%.

Es cierto que, especialmente comparando el cociente de eficiencia, el BBVA continúa siendo un grupo más rentable que su principal competidor, el SCH, pero éste empieza a recuperar terreno.