Ante la tremenda tragedia de Haití, símbolo del dolor y del sufrimiento en todos los órdenes se siente un desconcierto y una decepción en el alma que sobrecoge.
Luego viene la pregunta: ¡Dios mío ¿por qué?! Todos nos la hacemos, los que no tienen fe para afirmar su increencia, los que la tenemos para suplicar una respuesta. Puerto Príncipe es una inmensa lágrima en donde están metidos todos los dolores, todos los espantos, es una inmensa lágrima en medio del Caribe, el lugar emblemático de la belleza, de la diversión, del lujo y del placer de toda clase.
Yo también, le he pedido una respuesta a Dios y sólo la he encontrado viéndolo en la cruz y leyendo sus palabras, humanamente tampoco lo entiendo, pero la fe me hace pensar que esos inocentes van a salvarnos a través de su dolor, que son como otros Cristos crucificados que nos van a salvar a los que tenemos de todo y demás. No sé que más decir pero quiero terminar con estas palabras del Mensaje a la Humanidad que hizo el Concilio Vaticano II A los pobres, a los enfermos, a todos los que sufren ¡Oh vosotros que sentís más pesadamente el peso de la cruz! Vosotros que sois pobres y desamparados, los que lloráis, los que estáis perseguidos por la justicia, vosotros a los que se calla, vosotros los desconocidos del dolor, tened ánimo, sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo paciente y con Él, si queréis, salváis al mundo.
Nosotros los aparentemente felices y con todo resuelto a ayudar y a no olvidarnos del Haití del Caribe y de tantos Puertos Príncipes que tenemos a nuestro lado.
Piedad Sánchez de la Fuente