El asunto es sencillo. Imagínese usted que un banco ha comprado bonos del Tesoro por 100 euros. Supongamos que, en el mercado secundario, valen 80. Las normas internacionales de contabilidad lo tienen claro: no hace falta que contabilice usted pérdidas por 20 euros, pero sí debe restar esos 20 euros de sus recursos propios.
En definitiva, no se trata de la laxitud del Banco de España a la hora de ocultar pérdidas en las carteras inmobiliarias, de crédito o de participadas (como explicábamos en nuestra anterior edición) sino de que toda Europa, la Comisión Europea, se plantea ahora hacerle un favor a la banca permitiéndole exhibir una capitalización que en realidad no posee.
La excusa estriba en que si la banca mantiene en su cartera esa deuda pública a vencimiento, no perderá dinero. Pero la norma contable exige lo lógico y lo honrado: que si el banco necesita vender esa deuda (como haría cualquier particular) perdería dinero de verdad: por tanto, debe contabilizarlo contra reservas. Pues bien, lo que pretende ahora Bruselas es una especie de amnistía contable: no contabilices esas pérdidas y tendrás mejor coeficiente de recursos propios.
No olvidemos que Basilea III (es decir, la nueva máscara del capitalismo financiero internacional) mide la solvencia de un banco según su coeficiente de recursos propios. Pues bien, Europa pretende manipular ese termómetro. Así, ¿quién va confiar en la solvencia del sistema financiero?
¿Por qué la Comisión Europea hace esto? Porque todos los países viven en la especulación permanente es decir, en la permanente emisión de deuda pública que va engordando la burbuja especulativa estatal (mucho peor que la de los bancos privados). El Banco Central Europeo (y la Reserva Federal norteamericana lo mismo) lleva tres años ofreciendo dinero barato a los bancos, al 1%, dinero que los bancos dedican a comprar deuda pública al 3 ó al 4%. Un negocio redondo. Ahora bien, cuando esa deuda emitida sale a cotizar en el mercado secundario, y entra en pérdidas, Europa pretende que los bancos puedan no contabilizarlo. Ingeniería financiera, pero no de tiburones privados sino de tiburones públicos, con toda la fuerza de la ley.
En definitiva, se busca un modo de compensar a las entidades por su inestimable servicio de comprar y distribuir una deuda pública que ha alcanzado niveles estratosféricos, es decir, lo que ha llevado a Irlanda o a Grecia al rescate.
Ya saben el chiste: ¿Por qué los tiburones no se comen a los especuladores de Wall Street (o de Madrid)? Por cortesía profesional.
En definitiva, se aprueba esa ingeniería financiera, esta trampa contable, para evitar que la banca quiebre que es precisamente lo que no hay que evitar y para que los políticos continúen endeudándose. El banco quebrado debe quebrar, el país quebrado (ojo, la deuda de ese país que esté quebrada debe quebrar). Los políticos europeos y norteamericanos se empeñan en que no quiebre, como si se jugaran en ello su prestigio. Y la crisis no terminará hasta que se permita quebrar a países y bancos, hasta que dejemos de inventar planes de rescate que no son más que esto: utilizar el dinero público, de ricos y pobres, para salvar a los ricos, que son aquéllos a los que, una vez cubiertas sus necesidades primarias, aún les queda dinero para invertir. Y si no, habrá crisis para varias generaciones.
Por cierto, los famosos rescates consiste en utilizar el dinero de todos para salvar a los ricos y encima exigir a cambio que se fastidie a los pobres: reducción de salarios, de pensiones, etc., etc., etc.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com