Pedro Villalar, firma ilustre de la prensa de provincias (esa que influye mucho más que la madrileña) cita al doctor Gregorio Marañón en defensa de la grey liberal, apellido de mucho predicamento entre la progresía de izquierdas y de derechas. Dice Marañón, y atestigua, Villalar, que ser liberal consiste en dos cosas: estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y no admitir jamás que el fin justifica los medios sino que, por contra, son los medios los que justifican el fin.

Servidor, como Chesterton, todavía cree en el liberalismo, pero añoro aquellos felices tiempos en que también creía en los liberales. Sin embargo, cuando oigo definiciones como éstas, nada menos que del doctor Marañón, es cuando me desapunto.

Empecemos por el final. No sé si es peor que el fin justifique los medios o que sean los medios los que ofrezcan testimonio del fin. Por ejemplo, la formulación del sabio doctor justificaría la venganza siempre que cupiera una proporción entre el daño causado y el efecto, es decir, mientras se trata de una venganza elegante, y todos sabemos que el liberalismo es muy elegante.

Y lo mismo puede decirse de la primera proposición: entenderse con el adversario es buena cosa siempre que el entendimiento no sea producto del absoluto desprecio por las propias convicciones, o de la simple ausencia de convicción alguna. O sea, otra proposición muy liberal. Recordemos que los tópicos, como las calumnias, siempre albergan una parte de verdad. Por eso no conviene olvidar que el público reduce las grandes doctrinas a tópicos. Bueno, en ocasiones, las doctrinas son tan pobres que lo que hace el pueblo es ampliar, que no reducir, una vulgar ideología hasta convertirla en tópico genial. Quiero decir que el pueblo es más profundo que riguroso, mientras que la aristocracia y la intelectualidad orgánica siempre es mucho más rigurosa que profunda. Por eso, para el pueblo, un liberal es ese tipo simpático con el que nunca se llega a las manos, entre otras cosas porque le da igual ocho que ochenta. Para el pueblo, y el pueblo casi siempre acierta, la definición del liberal la otorga el viejo chiste:

-Pepe, estás gordísimo.

-Eso es porque no discuto nunca.

-No hombre, no, cómo va a ser por eso.

-Bueno, pues no será por eso.

Para el pueblo, el liberal es una gelatina, para el que suscribe, también.

Pero lo más gracioso es que don Pedro Villalar utiliza la marañoniana cita para hincarle el cuerno a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que acaba de conceder las licencias de TV local en el Distrito Federal español. D. Pedro le reprocha a doña Esperanza su escaso espíritu liberal por favorecer en exclusiva a los amigos del Partido Popular. En definitiva, por no haberle otorgado una televisión a Jesús Polanco, con la que el editor de El País pudiera redondear su escaso patrimonio televisivo : monopolio de TV de pago, Canal Plus en abierto, control de los derechos de compra de las grandes productoras y del deporte televisado y la mayor cadena alegal de televisión privada. Pobriño.

Es decir, don Pedro, invocando nada menos que al liberalismo y Marañón, se rasga sus liberales vestiduras por el concurso de doña Espe, referido a la provincia de Madrid (no llega a 6 millones de habitantes) y no dice esta boca es mía sobre el acuerdo mafioso al que el socialista Rodríguez Zapatero llegó con los señores de la prensa, por el procedimiento de invitarles a comer en Moncloa y otorgarles el control de la televisión en la futura era digital, es decir, digamos para la próxima generación. Al lado de Zapatero, José María Aznar y Felipe González eran unos pardillos. En toda la etapa democrática no se conoce un cambalache que vaya a reducir el liberalismo mediático, la igualdad de oportunidad, el pluralismo informativo y todo lo que ustedes quieran, como el almuerzo monclovita en el que Zapatero propone a Prisa, Tele 5 y A-3 TV  que seguirán siendo los amos de la TV y que, si aceptan al socialista Zeta en el selecto club de los amos del cotarro televisivo, podrán controlar  el medio más poderoso y más lucrativo durante los próximos 30 años sin que ningún competidor venga a romper su plácida existencia. Así, los señores feudales de la tele se repartirán los papeles (unos serán modernos de centro izquierda y otros de centro derecha, y todos ellos liberales de apellido) y seguirán decidiendo quien puede influir en la España del siglo XXI y quién debe ser condenado a las tinieblas exteriores del silencio. Y hablamos de un país de 42 millones de habitantes, no de una región de menos de 6.

Esto me recuerda a lo del alcalde de Madrid, Ruiz Gallardón, quien siendo presidente de la Comunidad, transmitió esta orden a las gentes de Telemadrid, la televisión pública local: a mí me trae sin cuidado que seais pro-socialistas o pro-populares mientras no os metáis conmigo. Lo que, si lo piensan bien, resulta de lo más liberal: decir lo que queráis, pero mucho ojito con mi persona. O sea, un campeón del liberalismo, si ustedes me entienden, para el cual, los medios justifican el fin, el único fin posible: Él mismo.

 

Eulogio López