Decían que Chesterton se reía a gusto, a carcajada limpia, leyendo sus artículos. No se trataba de vanidad, sino de la humildad de quien es capaz de divertirse como un chaval y, como un chaval, no dedicar ni un minuto a calificar su valía ni a compararse con el prójimo. Algo parecido ocurría con Jaime Campmany, que también disfrutaba escribiendo maldades. ¡Pero qué maldades más estupendas escribía el muy! Se reía él escribiendo y nos reíamos los demás leyéndole.
La editorial Libros Libres acaba de publicar una selección de sus artículos sobre el nuevo poder emergente, bajo el título Zapatiesta, Zapatero. Y en ellos, con la perspectiva que da la acumulación en un volumen de esas hojas volanderas llamadas artículos periodísticos, que constituyen la aportación intelectual más profunda de la sociedad de la información, que, si de profundidad hablamos, créanme, no pasará a la historia. Y entonces es cuando compruebas la magia de la sencillez. Campmany decían los más, era un tipo gracioso, además de un virtuoso del idioma y un hombre que había hecho de la palabra música, el mejor poeta satírico de las últimas décadas.
Y eso es mucho, sí, pero corremos el riesgo de caer en un error eterno : el de que la tragedia siempre es más profunda que la comedia. ¡Qué error, que inmenso error! La tragedia es para los vulgares, sólo la felicidad vence a la muerte.
Campmany era un coñón, pero no olvidaba otra lección de Chesterton (que no de don Antonio Gala, ceporros): Lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido. Un poner, hablaba Campmany (el pasado 14 de enero, en el ABC) de que Zapatero tiene una flor en el culo, y nos explicaba que nacer o tener una flor en el culo es como haber nacido de pié, tener suerte, fortuna, baraka. A partir de ahí enlaza una serie de ironías, duras y puñeteras, una receta que él guisaba con propiedad. Hasta ahí el Campmany graciosos, pero luego, como quien no quiere la cosa, el maestro concluía: (Zapatero) está convencido de que siempre le va a acompañar en las votaciones la baraka que tuvo en las urnas del 11-M , una baraka que produjo doscientos muertos y mas de mil heridos, pero que le abrió las puertas de La Moncloa. O sea, lo de la flor en el culo.
No, lo del 11-M no es una errata, don Jaime sabía muy bien lo que decía. Y créanme, toda la historia del zapaterismo, ahora tan cargada de estupideces se resume en esas palabras de Campmany que servidor, con mucho menos éxito, ha tratado de explicar cien veces: todo el intento de Zapatero consiste en ocultar que ha llegado al poder sobre 192 cadáveres. Y ciertamente, ese detalle siempre escondido, cuya simple remembranza es lo único que, según sus próximos, saca de quicio al presidente del Gobierno, es la clave de toda la política española. Una etapa que no pasará a la historia sino por su tristeza.
Pues eso, que lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido, y que Campmany no pretendía evitar lo profundo sino lo pedante. Si quieren comprobarlo, lean Zapatiesta, Zapatero.
Lo único que no me ha gustado de este magnífico libro antológico de Campmany es el prólogo de mi ex director de El Cocodrilo (gran publicación), Alfonso Ussía: que no, director, que no es verdad eso que dices de que se vive mientras uno es amado, querido, añorado, pensado. Y somos muchos los que tenemos presente tu perfil de hombre bueno, de persona ejemplar, de escritor extraordinario. Muy bonito, don Alfonso, pero no se vive en otro, sino en sí mismo, sólo que en otro sitio. Además, ¿Cómo matar a un espíritu, aunque se trate de un espíritu burlón, como es, que no era, el de Jaime Campmany?
Eulogio López