Si tratamos de analizar los sucesos de Pozuelo durante el pasado fin de semana, no podemos dejar de recordar aquella mascarada pija de niñatos burgueses que fue el Mayo Francés del 68.
¡Lo queremos todo y lo queremos ahora!, grito ansioso de niños mimados con la cartera bien surtida por papá y el golfgetei con el depósito lleno para el finde.
La gran paradoja de la actual generación de jóvenes es que sus padres, que vivieron la ruptura con la tradicional educación en valores que propició la generación de las barricadas parisinas, se encuentran, a la hora de educar, tan perdidos como la honestidad de un político. Si los adolescentes actuales escogen "vivir al límite" es porque han sido educados "sin límites". Y cuando el conflicto aflora, los burgueses hijos del 68, se inclinan por la adulación y la mirada al otro lado, evitando cualquier exceso de normas que pueda interpretarse en clave progre como eliminación de la sacrosanta libertad individual y montaraz regreso al autoritarismo.
Bajo el término de tolerancia, a menudo no hay otra cosa que permisividad, cuando no de dejación de responsabilidades. Muchos de los actuales adolescentes y jóvenes, provienen de la extensa clase media que hasta la consumación de la Santa Transición, con el advenimiento de Zapateto, conformaba la sociedad actual. Han crecido en una infancia dulce, sobreprotegida, con más recursos materiales de los que jamás los jóvenes y adolescentes han tenido en la historia.
Nadie les ha hablado ni educado en la importancia del sacrificio para el logro de objetivos concretos, en la abnegación, en el esfuerzo, en la necesidad de diferir en el tiempo la obtención del bien deseado, en la auto responsabilidad.
Hemos creado una sociedad de derechos sin el correspondiente correlato de deberes. Hemos insistido en la creatividad, en la espontaneidad, en la liberalidad de costumbres, en la queja continua, en la exigencia a los otros. Cuando salta la chispa, la salida cómoda es no hablar de los temas conflictivos, y convertirse en autistas dentro del propio hogar. Precisamente cuando jamás en la Historia padre e hijos habían convivido bajo el mismo techo durante el mismo tiempo.
Sin embargo, nada de ello es casual. La familia, que ha sido durante milenios el núcleo básico fundamental de las sociedades occidentales es, en la actualidad, una forma de organización social en manifiesta quiebra. El plan de Gramsci del que hemos hablado con anterioridad desde esta tribuna, va haciéndose realidad con siniestra precisión. La actual crisis hace presagiar que, con tan frágiles mimbres habremos de enfrentarnos a un decenio que vendrá marcado por el paro, la angustia, la actitud defensiva, el pragmatismo, la supervivencia. ¿Cómo lo superaremos?
En una tabla encontrada en Ur, Caldea, y que data de hace más de 4.000 años, se encuentra la siguiente inscripción: "Nuestra sociedad está perdida si permite que continúen las acciones inauditas de las jóvenes generaciones". Tomemos nota de ello, si es que todavía estamos a tiempo.
Oriol Ferré
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