El bien común, probablemente el más esquivo a cualquier definición: Compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que vence al mal con el bien.
Y con una especial atención a la globalización, un reto, que dirían nuestros políticos, un riesgo, que dirían los sensatos: la globalización amplía el mercado y homogeiniza los principios más respetados, que no tienen porqué ser los más respetables.
Por otra parte, Benedicto XVI recuerda que la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos.
En cualquier caso, el bien común debe estar guiado por la caridad y por la verdad. Vamos, que la verdad existe.
Más: el progreso no es sólo progreso material: Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener.
Ahora llegamos al punto que casi todos los medios de comunicación ocultan: la relación del cuarto valor no negociable con los otros tres, en concreto con el primero, el derecho a la vida, porque lo cierto es que los cuatro forman uno solo. Ojo al texto: La Encíclica Humanae vitae subraya el sentido unitivo y procreador a la vez de la sexualidad, poniendo así como fundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hombre y mujer, que se acogen recíprocamente en la distinción y en la complementariedad; una pareja, pues, abierta a la vida[27]. No se trata de una moral meramente individual: la Humanae vitae señala los fuertes vínculos entre ética de la vida y ética social, inaugurando una temática del magisterio que ha ido tomando cuerpo poco a poco en varios documentos y, por último, en la Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II[28]. La Iglesia propone con fuerza esta relación entre ética de la vida y ética social, consciente de que «no puede tener bases sólidas, una sociedad que mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada»[29].
Traducido al metalenguaje periodístico: sin nacimientos no hay contribuyentes. Todas las crisis económicas son crisis demográficas, más que nada porque cada niño que viene al mundo es un futuro contribuyente y ningún sistema fiscal soporta una pirámide invertida. La economía occidental lleva declinando desde que se redujo la tasa de natalidad. Pujanza económica significa, ante todo, vitalidad.
Lo mismo puede decirse de la familia. Las crisis iberoamericanas, por ejemplo, son, ante todo, crisis de familia. De la misma que Voltaire consideraba que una sociedad de ateos resultaba sencillamente ingobernable, no hay forma de mantener la estabilidad social sin estabilidad familiar. La locura de hermanastros, madrastras y padrastros, multiplican el gasto público, especialmente el sanitario, y reducen la cobertura social, especialmente en tiempos de crisis.
Respecto a los males que provocan mala educación -incluida la de Pedro Almodóvar- los omito por obvio.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com