Es público y notorio la desafección hacia la Iglesia católica que desde hace años siente y muestra en los medios en que colabora, el insigne escritor Antonio Gala. No pierde pie ni ocasión para arremeter "oportune et inoportune" con lo que la Iglesia es y representa.
Desde su recuadro en El Mundo, titulado La Tronera, no hace mucho honor al nombre se mire por donde se mire. El diccionario de la RAE, trae 5 acepciones del vocablo tronera. Desecho por respeto y consideración a su persona, toda intencionalidad de ironizar con 4 de dichas acepciones, para resaltar la 2ª que literalmente dice: "Ventana pequeña y angosta por donde entra escasamente la luz".
Esta definición me sugiere el medio simbólico, desde el cual se expresa cada día en papel, el conocido escritor. Efectivamente, parece que la situación personal y local no es propicia a la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo y que busca esa luz, a la que muchos llamamos fe. Fe o luz, que no es algo irreal e inconcreto, sino una persona de carne y hueso, llamada Jesucristo.
Tal persona tuvo la osadía de "postularse" (neologismo) como Luz del mundo, Camino, Verdad y Vida. Me da la impresión, señor Gala, que Vd. desde su tronera vive casi en la opacidad y anda en busca de la luz. Albricias. Desde ella lanza una andanada fuerte con preguntas tan interesantes como: "¿Qué es, por qué existe y para qué la vida". Se responde a sí mismo que "los teóricos y los practicantes de cualquier religión, me inspiran cada vez más dudas" para por fin concluir que "la vida solo sea para vivirla lo mejor posible. Sin hacer daño a nadie o haciendo el bien a ciegas".
Bien, Sr. Gala, el paso de los años, los achaques de la edad que no perdonan, le están madurando. Lo celebro. Solo me resta decirle con palabras de Jesús en el Evangelio: "Hijo, no estás lejos del Reino de los cielos". Así sea.
Miguel Rivilla San Martín