El abajo firmante, trabajador de un CEIP cuyo nombre no quiero propagar, hace un mes aproximadamente tuve conocimiento que en el recinto de la Moncloa se han instalado unos retretes de lo más higiénicos y  modernos, en consonancia con los tiempos que vivimos.

Sr. Director:

Sr. Presidente del Gobierno de España:

El abajo firmante, trabajador de un CEIP cuyo nombre no quiero propagar, hace un mes aproximadamente tuve conocimiento, al igual que el resto de españoles, que en el recinto de la Moncloa se han instalado unos retretes de lo más higiénicos y  modernos, en consonancia con los tiempos que vivimos.

Con mucho gusto trataré de describir los aseos que a nuestro uso están destinados. El centro en cuestión tiene más de 40 años. Sólo disponemos de un inodoro, más propio del hombre de Orce, y de un lavabo a juego con el mencionado retrete. Ambos elementos mantienen su honestidad y decoro gracias al eficaz esfuerzo y bien hacer del servicio de limpieza.

Lo más curioso es que el servicio de mujeres y el de hombres está separado por un tabique que, incomprensiblemente, sólo alcanza 190 cm de altura mientras el techo rondará los 230 cm. Es decir que, aunque separados, compartimos un amplio vano. De todos es sabido que ni ruidos ni aromas conocen fronteras y ambos elementos campan, por el éter, a su libre albedrío.

De esta manera los sonidos y olores crepusculares (por aquello de que son originados allende el sol no brilla) saltan el compartido e inacabado tabique con más facilidad que lo hiciera el famoso saltador de pértiga Sergi Bubka. Ni que decir tiene que se hará cargo de la incomodidad y, a veces, el íntimo rubor que esta situación ocasiona en personas de acusada sensibilidad escatológica.

Los efluvios es imposible evitarlos. Los sonidos naturales que el aparato excretor produce, así como los propios del final del aparato digestivo son apagados o solapados de distintas formas, los hay que utilizan los repentinos y simulados golpes de tos. Otros/as los ocultan con el tirar de la cadena (literal) y  la consiguiente descarga acuática, lo que ocasiona un gasto de agua potable muy considerable en un municipio falto de tan preciado líquido.

Todo lo expuesto es una pequeña incomodidad comparada con la censura que la situación obliga, principalmente, a las miembras de nuestro colectivo. Usted habrá observado que las mujeres tienen por costumbre hacer uso del servicio, al menos, de dos en dos y allí, ya se sabe, se cuentan sus confidencias y secretos. En cierta ocasión unas señoras, nuevas en la plaza y desconocedoras de la diáfana situación hicieron comentarios poco favorecedores de cierto señor, que, por casualidad, en ese mismo momento hacía uso del servicio contiguo.

Escuchados los comentarios  el aludido replicó en términos no reproducibles en este escrito  pasando de una simple y acalorada discusión dialéctica al arrojo de los materiales más a mano: rollos de papel y agua a puñados. El suceso ocasionó el natural regocijo entre los que esperaban su turno y el sonrojo vergonzante de los discutidores.

Una vez descrita la situación le rogamos que si le sobra algún servicio monclovita, de los citados al principio, tenga a bien nos lo done o en su defecto dé las instrucciones necesarias para que un albañil con unos pocos ladrillos termine el tabique hasta el techo y haga la lógica y necesaria separación.

En la esperanza de que se tomará el interés que el asunto merece le agradezco la atención prestada y le envío un respetuoso y cordial saludo.

Manuel Villena Lázaro

manolovillena@hotmail.com