El ingenio popular en las redes sociales es sorprendente. Se mide en chistes, ocurrencias, proclamas breves, montajes fotográficos… Y en textos interminables, como verán. La mayoría de esos mensajes y filigranas visuales se agarran a la actualidad con la pericia de un correcaminos atento e impertinente. Nada se les escapa.
Las 'movidas' sobre la corrupción en octubre y noviembre, tantas y en tan poco tiempo (tarjetas negras, 'casos Nóos', operaciones varias, púnica o enredadera, el desafío de Artur Mas y el sucedáneo de consulta del 9-N, la financiación irregular de los partidos, las ramificaciones familiares de Jordi Pujol, los ERE fraudulentos en Andalucía, el PP y Gürtel'…) nos han sacudido a diario en Twitter, en Facebook o en algo tan personal como los whatsapp. Todo corre a la velocidad de la pólvora, con más o menos fundamento, con más o menos cachondeo. Esos mensajes dan a veces en el clavo y en otras apuntan mal: son frivolidades de visión rápida y obligado olvido.
El sentido común es importante, tanto para medir los mensajes como para medir sus intenciones. No hace falta ser McLuhan para detectarlo. Lo peor es la desproporción, que indigna, mete miedo o sirve a intereses espurios.
A lo que voy. Me ha llegado un mensaje por whatsapp que dejo al lector para que juzgue por sí mismo. Su autor, claro, es un anónimo. Lo ha podido escribir cualquiera, un político, un adolescente, un trabajador de la construcción, un profesional liberal, un universitario. Lo más importante: hay ingenio, tenía tiempo para escribir y da para pensar…
Dice así:
"He pensado yo, que voy a ejercer mi derecho a decidir. El lunes hablaré con el administrador de la comunidad de vecinos de mi edificio para informarle que pienso pintar la fachada de mi piso de verde. Ya me imagino su reacción. Se negará a negociar, me dirá que tiene que estar toda la fachada del mismo color, que para pintar el edificio lo tendrían que votar todos los vecinos de la comunidad...
Me voy a negar en rotundo. Le diré que el 15 de enero, digan lo que digan tanto la comunidad, como el ayuntamiento, pintaré mi fachada de verde, que ejerzo mi derecho a decidir y que, además, se va a hacer una votación, pero nada de votar todos los vecinos. Ellos no viven en mi casa, por lo que se votará únicamente en mi casa.
Ya lo tengo todo maquetado; no voy a poner un mínimo de participación: también podrán votar los menores de edad (tengo un niño de 2 años y una niña de 5 que dirán que sí, porque les he dicho que el verde es más bonito, que mola más y que será la envidia del barrio), mi mujer dice que ella pasa de votar, que no está para tonterías y que hay que hacer lo que decida la comunidad. Será facha la tía esta. ¡FASCISTA!
Además podrá votar mi hermano: trabaja aquí y puede subir a casa cuando quiera. Además, como le he prometido un aumento de sueldo (que no pienso cumplir) votará que sí.
También podrán votar unos colegas míos que vienen a mi casa de vez en cuando, a los que les he prometido cervezas de marca y jamón ibérico si apoyan mi decisión. Luego les pondré cerveza del súper y patatas fritas como hago siempre, en el mejor de los casos.
A la comunidad les diré que o me permiten hacerlo o dejaré de pagar la comunidad.
Por supuesto, los votos los contaré yo mismo, con lo que entre mi voto, el de mis dos niños, mi hermano y mis cinco colegas suman 150 votos a favor y una abstención de la facha de mi mujer, que precisamente es la única nacida aquí.
¡Ah! Y el dinero del jamón ibérico y las cervezas lo cojo de lo contribución vecinal."
Rafael Esparza
rafael@hispanidad.com