Por eso, tras prestar la embajada brasileña en Tegucigalpa para sabotear a un vecino -eso sí, pequeño, imposibilitado romper relaciones diplomáticas con el gigante del sur- como Honduras-, ha recibido en casa al iraní Ahmanideyad, y lanzado la proclama de que tiene derecho a desarrollar un programa nuclear pacífico. Sabe Lula, perfectamente, que el problema no es el programa nuclear pacífico.
Y el asunto es grave porque China y Brasil son los dos socios comerciales que todo el mundo desea. Sobre todo porque son grandes compradores de todos. Son los dos gobiernos y los dos países que están matando las ideologías, los diarios y hasta las idas, porque es sabido que quien desee comerciar con estos dos inmensos mercados debe dejar en casa sus exigencias sobre el respeto a los derechos humanos. En China, como obligación primigenia. En el caso de Lula, los agentes, públicos o privados, que quieran operar en Brasil están condenados a pagar el impuesto de alabara la trayectoria política de Lula -siempre al borde de la corrupción y del autoritarismo de la policía brasileña- así como de su diplomacia externa, siempre rodeada de tiranos... como Ahmanideyad.
Eulogio López
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