A los jóvenes hay que darles otras opciones, con otras formas de divertirse. Como todo en la vida si te lo propones y si los padres son ayudados por las autoridades competentes, el problema del botellón se podría erradicar totalmente.
Parece que cada vez son menos los que eligen la calle para consumir alcohol. También es cierto que el Ayuntamiento de la capital ha endurecido las multas para aquellas personas que beban en zonas de especial protección como colegios, parques infantiles, residencias de ancianos o centros de salud, etc., pero en cualquier otro sitio sí. O sea, que se prohíbe fumar en lugares públicos cerrados como discotecas y restaurantes, pero sí se puede pillar una borrachera. Ya a partir de la noche de los jueves, me suelen despertar pandillas de jóvenes ebrios que danzan por la calle en manada, gritando y atropellando o rompiendo todo lo que a su alrededor encuentren. El caudal más valioso que tenemos, que son nuestros jóvenes, y que no seamos capaces de motivarlos con tantas ocupaciones como podían tener, empezando por ayudar y acompañar a enfermos, ancianos, cárceles, para que ellos se sintieran útiles.
Gran parte de la juventud no encuentra el sentido justo de su propia vida, quizás porque nadie ha sido capaz de transmitírselo con razonable y apasionada certeza. Estos hechos desvelan una crisis de enormes proporciones, ligada a la erosión del tejido moral y cultural de nuestra sociedad, que está demandando una regeneración urgente.
Pero mientras tanto, para ellos tal vez la solución que aportan es ahogar el problema con el botellón, como diría Antonio Gala lo que ignoro es si son culpables. Pero sí sé que no los más culpables.
Rita Villena