Judicializar la política es malo, pero judicializar los mercados financieros y, en especial, la deuda de los países, puede ser aún más peligroso.
Eso es lo que han hecho los grandes acreedores, especialmente los fondos de inversión y de pensiones, de la deuda pública argentina. Varios jueces de Estados Unidos han embargado distintas propiedades del Estado argentino en Norteamérica. Por ejemplo, la residencia de la embajada argentina, así como sedes de agregadurías militares o de representaciones argentinas ante organismos internacionales. Casi todas ellas ubicadas en Washington.
En primer lugar, el acoso al Gobierno Kirchner por parte del sistema financiero resulta un poco ridículo. O si se prefiere, es mucho más humillante que eficaz. Recordemos que hablamos de propiedades que posiblemente no superen unos pocos millones de dólares, mientras que la deuda externa argentina se aproxima a los 100.000 millones de dólares, de los que unos 13.000 millones están a punto de vencer.
El asunto recuerda bastante al embargo que determinados bancos alemanes realizaron del mismísimo avión presidencial argentino, por impago. Por otra parte, los abogados no se ponen de acuerdo sobre si es legal embargar edificios o mobiliarios de representaciones diplomáticas.
No, la amenaza que el sistema financiero internacional esta lanzando a Néstor Kirchner mira al futuro: si no pagas tus deudas actuales, nadie suscribirá tus futuras emisiones. O, simplemente, tendrás que pagarlas a precio de oro. Y naturalmente, todo ese feroz sistema financiero sigue siendo un gigante con pies de barro. Como sucede siempre con los pánicos financieros internacionales, de lo que estamos hablando es del terror de los ricos del mundo a una reacción en cadena: a que Argentina sólo sea el comienzo de una serie de plantes por parte de países demasiado ahogados en sus finanzas públicas. Por lo demás, a Néstor Kirchner ese tipo de amenazas le resbalan. Sabe perfectamente que durante la próxima década la Argentina no podrá gastar ni un peso más de lo que ingrese. Desde luego, no va a ser un polo de atracción de capitales extranjeros, especialmente de capitales especulativos que son los que negocian con deuda pública. Podríamos decir que el estilo Kirchner se condena a la autarquía financiera.
Y tampoco conviene olvidar que los principales paganos de la crisis financiera argentina no han sido los grandes bancos internacionales ni las mastodónticas instituciones de inversión colectiva: han sido los propios argentinos a base de corralitos, corralones, depreciación del peso y brusco descenso de sus ahorros.
Otrosí, mientras brama por la independencia argentina y excita el orgullo patrio de los argentinos, Kirchner se niega a solucionar el problema de raíz del país: su desbocado déficit público y su elefantiásico sector público.
Por establecer un paralelismo, lo que está haciendo el sistema financiero con Kirchner es como si cuando los agricultores franceses destrozaban las hortalizas españolas a su paso por el país vecino, el Gobierno español respondiera expropiando los centros de Carrefour instalados en España. Es un pulso en el que posiblemente las dos partes van a perder y en el que ninguno tiene la razón moral. Kirchner porque las deudas hay que pagarlas y no recurrir a demagogias patrioteras para justificar la morosidad. Los bancos y fondos de inversión porque acosan de tal manera a los países en dificultades financieras que estos se ven obligados a ofrecer rentabilidades elevadísimas a pesar de las penurias que sufre su población. Y, antes o después, tiene que declarar una moratoria en sus pagos.
Todo ello con un agravante. Ya no son los bancos los grandes inversores en deuda pública extranjera. Los grandes inversores son esos fondos, tanto de inversión colectiva como de pensiones. Ya son muchas decenas de millones de personas, cuyas jubilaciones dependen de que ningún país declare ninguna moratoria en el pago de su deuda. Es decir, la morosidad de la deuda soberana ya no afecta a los gobiernos fuertes del planeta, que envían la correspondiente cañonera para lanzar al prestatario, ni tampoco los grandes bancos. Ahora son los gestores de esas operaciones fuera de balance, es decir, el reducidísimo grupo de inversores que representa a decenas de millones de ahorradores, cuyo dinero, a su vez, no depende de ninguna actividad productiva y aproximadamente predecible, sino de la especulación enloquecida de los mercados financieros.