La prensa económica está emocionada con la inversión de Tele 5, el canal de TV basura más visto en España. Quiero decir que es líder en audiencia y es líder en basura televisiva, sin que ambas realidades puedan tenerse por incompatibles. Al parecer, en un audaz golpe de mano, los hombres de Berlusconi les han birlado a los de José Manuel Lara la serie de Aquí no hay quien viva, producida por el inefable José Luis Moreno. Para ello, con nocturnidad, y sobre todo con mucha alevosía, Tele 5 ha comprado un 15% del grupo de empresas productoras del ventrílocuo, especialmente Miramon Mendi.
¿Qué por qué es tan importante esta serie? Pues verán, la pasada temporada fue el programa de TV más visto en España. Una serie de ficción, una teleserie, que no deja de ser el teatro del siglo XXI. Sí, el teatro, porque funciona con los mismos mimbres del arte dramático (escaso escenario y prima la palabra en lugar del paisaje) y porque es seguido por el mismo porcentaje de población que hace 400 años llenaba los corrales de comedias. El problema de las teleseries españolas es que son como el cine español: una sucesión de caca-culo-pedo-pis, una vulgaridad chabacana, un cinismo forzado y unas risas enlatadas. Los críticos hablan de la teta española, que no puede faltar en ninguna película patria, y pronto los críticos de TV tendrán que hablar del gay español o la española procaz, otra protagonista fidelísima de nuestros guionistas, esta vez en versión televisiva. En España, igual que en toda Europa, está pasando como con el cine: los norteamericanos -¡Dita sea su estampa!- nos llevan un cuarto de siglo de ventaja: ellos han comprendido que la vulgaridad es flor de un día, el triunfo de hoy que presagia el desastre del futuro. Es el problema de la falta de talento : cuando a uno no se le ocurre nada, debe acudir al sexo o al terno.
Sea como fuere, Aquí no hay quien viva ha alcanzado una audiencia que supera en muchas ocasiones los 6 millones de espectadores. Un chollo, oiga. Moreno está feliz: fue uno de los chicos mimados del Partido Popular de Aznar, que le financió unos bodrios horrorosos como Noche de Fiesta, aquel programa que tanto favoreció la salubre costumbre de acostarse pronto la noche de los sábados. Se suponía que Moreno era un tío conservador. No sólo eso, sino que, con el padrinazgo de Luis María Anson, y con el beneplácito de Aznar, a Moreno se le abrieron las puertas de Planeta, y el muchacho colocó el éxito de su vida en el canal de Lara: Antena-3 TV.
Aquí no hay quien viva ejemplifica a la perfección la ficción televisiva en España. Los protagonistas principales son unas viejas ociosas pero muy preocupadas por meterse en vidas ajenas y si cabe en camas ajenas. Un portero límite de inteligencia límite, quiero decir- una serie de parejas que practican la poligamia sucesiva y una pareja ideal, coherente, comprometida que naturalmente está formada por un par de gays. Se me olvidaba, el simpático de la serie, es un golfo estafador, de esos que te roban la cartera, y si puede la señora, pero, eso sí, con espíritu tolerante.
Pero la descripción podría parecer subjetiva. Acudamos al autor, a D. José Luis Moreno. Él explica a quien quiere oírle que sus dos objetivos en la vida son acabar con la Iglesia y con la Familia. Destacado miembro del lobby gay, Moreno explica así el éxito de su serie: Me pagan más cuánta mayor cuota de pantalla consigo, y en cuanto me meto con la Iglesia o con la Familia, sube la audiencia.
O sea que lo suyo es devoción y obligación, convicción y negocio. Es mentira, claro, o al menos mentira parcial, porque el primer factor de éxito de un programa es que se emita a las 10 la noche en lugar de a las 10 de la mañana, pero
Esta es la naturaleza del espectáculo más influyente de los tiempos modernos: la teleserie. Y no es para asustarse. Simplemente, para recordar que las cosas no pasan porque sí y que al azar no deja de ser el último recurso de la impotencia.
Eulogio López