El pastor protestante Karl Barth solía decir que él hacía oración con la Biblia en una mano y el periódico en la otra.
Una genial intuición. Para un verdadero creyente, la oración no es un escapismo de la realidad en que vivimos, sino asumir "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo; sobre todo de los pobres y de los que sufren" para que encuentren eco en su corazón al ponerse en contacto con Dios. Así suelen hacerlo las almas contemplativas y todos los auténticos cristianos.
Lo que sucede con frecuencia es que las tristezas y las angustias de esta pobre humanidad pesan mucho más que las alegrías y nos abruman a todos, dada nuestra personal limitación.
A pesar de la fe, al tomar el pulso a la realidad sangrante de nuestro mundo, que nos sirven abundantemente los medios, nuestro corazón se encoge y somos arrastrados tal vez, al pesimismo, a la desesperanza, o lo que es peor, a la indiferencia ante el triste panorama en que viven o mueren millones de seres humanos en cualquiera parte del globo. Hoy como ayer, sigue siendo cierto el adagio: "Todos sentimos más un granito en nuestra nariz que un tsunami en el Japón". Penoso pero real.
Miguel Rivilla San Martín