Doña Esperanza Aguirre, que pretende ser la primera mujer presidenta del Gobierno de España se ha defendido de los ataques de homofobia que sufre el Partido Popular por parte del peligroso lobby gay. Dice que su partido nunca ha sido homófobo. Es otra de las razones por las que nunca votaré al Partido Popular. Yo sí soy homófobo. Ahí van mis razones:

1. A título de aclaración: odiar la homosexualidad no es odiar al homosexual, por la misma razón de que odiar el hambre no supone odiar al hambriento ni odiar el sida significa aborrecer al sidoso. Sin embargo, esta majadera traslación semántica se ha convertido en algo aceptado hasta por mentes brillantes. De nada sirve alegar algo tan lógico como que nada tiene uno contra los homosexuales, pero que la homosexualidad ni es sexo, ni es amor, ni es matrimonio, sino una cochinada enorme, objeto de tratamiento psiquiátrico. De nada servirá: eres un homófobo.

Y lo peor: mucho me temo que, con el orgullo gay, va a ocurrir lo mismo que con el feminismo: generará, ya está generando, una revuela, no contra la homosexualidad, a la que me apuntaría sin dudar, sino, precisamente, contra los homosexuales. La obsesión por colocarnos lo homo hasta en la sopa, cuidado que están pesaditos, ellos y el poder que les utiliza, la discriminación positiva de los gays -es decir, la marginación de los heterosexuales- y la censura impuesta a quien no alabe cualquier manifestación -por aberrante o estúpida que sea- de loa a los homosexuales va a generar homofobia, esta vez sí; fobia a los homosexuales, que no a la homosexualidad.

Lo mismo ocurrió con el feminismo. Por las mismas razones, el feminismo ha generado un machismo, una verdadera ginefobia por parte de muchos varones acorralados por el poder, por una justicia prevaricadora. Ya lo estamos viviendo, y en breve comenzará la violencia contra los homosexuales. Y ambos movimientos -machismo y desprecio hacia los gays- nunca serán justificables y deben ser perseguibles, pero sí son predecibles y, si no comprensibles, sí explicables.

2. Soy homófobo porque la homosexualidad es degradación de las personas, y a mí me gusta mucho el ser humano. Degradación no sólo física, sino también psíquica y, naturalmente, moral. Claro que existe una estética homosexual -sencillamente horripilante, hagiografía del feísmo-. Una degradación de tal calibre corroe a la persona en todas sus esferas, y corroe a las sociedades como un virus de difícil erradicación. Si el virus feminista ha generado una mujer desamorada, por desamorada, degenerada, por degenerada, desquiciada, el virus del orgullo gay está generando una especie de Sodoma y Gomorra (estoy seguro que en estas dos ciudades, donde se practicaba la tolerancia anal, pioneras de la ‘brown revolution', nadie pensó en elevar la práctica a la categoría de matrimonio), una sociedad masoquista incapaz de rebelarse contra cualquier tipo de tiranía.

3. Soy homófobo, sobre todo porque soy mortifóbico: me encanta la vida y odio la muerte. No el morir, que es cosa distinta: lo que odio es lo muerto, lo que carece de vida, y mucho me temo que la homosexualidad nos lleva precisamente a eso: a la muerte. Si aplicamos el imperativo categórico de Enmanuel Kant, ese señor tan plomo que ya sólo defienden los progresistas, la generalización de la homosexualidad terminaría con la raza humana.

Lo gay es la consagración del sexo sin concepción y concepción sin sexo. Es el hastío de la existencia, la languidez monótona, la vida mortecina, artificialmente excitada y naturalmente histérica.

Es evidente que hay que luchar contra ello. El buen homófobo tiene dos cometidos: dar la batalla contra la homosexualidad y sacar a cuantos más homosexuales sea posible del infierno en el que viven.

Bueno, todos menos Zerolo, que experimenta orgasmos democráticos con ZP, unos 500 al día.

Está claro que Esperanza no me va a nombrar consejero de la Comunidad de Madrid. Con la ilusión que me hacía.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com