Lo acontecido la pasada madrugada en Madrid, con la tragedia de tres muertes y dos heridas de mucha gravedad una fiesta de Halloween plantea en toda su crudeza el cambio de costumbres de una sociedad que pierde sus más genuinas referencias culturales y espirituales.
Nada tiene que ver esta moda carnavalesca de bailes de disfraces más o menos terroríficos, de trucos y tratos, importada de allende los mares, con la festividad de Todos los Santos que hemos celebrado unas horas después.
Lo que nos propone la Iglesia con el día de Todos los Santos es una celebración de profunda alegría por la multitud de santos anónimos que pasaron por la vida haciendo el bien, viviendo una relación familiar con Dios que les permitió responder a sus obligaciones ordinarias como simples ciudadanos, padres de familia, trabajadores, estudiantes o servidores públicos.
A muchos de ello pudimos tener la ocasión de conocerlos y tratarlos, reconociendo siempre su testimonio de esperanza incluso dentro de las mayores dificultades. Que contraste con el tal Halloween.
Jesús Domingo Martínez