Vivir para ver. Dos años después de denunciar judicial y públicamente al energúmeno que mutiló a sangre fría y a conciencia a mi pobre hijo de seis años en sus genitales para obligarle a ingresar en la religión mahometana, he tenido que contemplar cómo eludía milagrosamente toda responsabilidad sin ni siquiera ser citado a declarar por el juzgado y, luego, cómo, envalentonado por su impunidad, me exigía en la misma Ciudad de la Injusticia una cifra astronómica en metálico en concepto de compensación por el apuro y (hay que pasmarse) ¡por el derecho a la intimidad del menor!; la guinda, de momento, que desde el banquillo he debido responder una sádica pregunta del letrado querellante en que intentaba afearme que no hubiese al menos intentado dialogar con el ogro para conocer las razones que pudieran justificar su desnaturalizado proceder
Pero eso no es nada. Debería tomarme en serio lo de hacerme definitivamente el tonto y consolarme de una vez por todas con el mal de muchos Leo en prensa que el Congreso, por mayoría, se pronuncia a favor de una reunión oficial con la mayor banda de asesinos del país, para beber agua mineral y llegar a un acuerdo. Ya me falta poco por ver. Lo único que me inquieta ahora es que el día menos pensado se me puedan poblar ocasionalmente los sueños de demonios, sicarios y verdugos parlantes, afilando navajas barberas o engrasando pistolas y, al tiempo, exigiéndome mientras tanto que les dé conversación, que hablando se entiende la gente Llámenle sociedad y convivencia... pero esto es un zulo.
José Francisco Sánchez Beltrán
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