Pertenezco al club de convencidos de que la justicia humana es muy humana para ser justa, pero no deja de sorprenderme que los progres como De la Vega, que por no creer en nada se ven obligados a creer en el Boletín Oficial del Estado, los más legalistas y burócratas de todos, alaben a la justicia sólo cuando les resulta favorable. Cuando no, arremeten contra el acusado, en este caso contra Rajoy. Reacción que nada tiene que ver con la reacción de la insigne doña Teresa. Tiene que ver con el otro sobreseimiento judicial, el del un tribunal andaluz sobre la subvención pública de Manuel Chaves, vicepresidente del Gobierno, a una multinacional para la que trabajaba su hija.
Estoy dispuesto a creerme cualquier corrupción de esa progresía de derechas que es el PP, pero no considero tan estúpido a nadie para vender su puesto de presidente de una comunidad como la de Valencia por unos trajes de Milano.
Especialmente si vienen de Baltasar Garzón, un personaje al que se descubre de cuchipanda con el ministro de Justicia, un fiscal y el jefe de policía judicial mientras incoa el caso... y resulta que dimite el ministro pero no el magistrado ni el policía.
Insisto, las diferencias de grado -el maestro Hegel dixit- terminan por ser diferencias de naturaleza. Puede que un presidente regional no deba aceptar trajes de Milano, pero el objeto de un soborno consiste en torcer la voluntad del sobornado en favor de alguien o de algo. ¿De verdad se gana el favor de una autoridad pública con unos trajes de Milano?
Pero lo asombroso es en qué circunstancias doña Teresa suelta el veneno y, a pesar de la sentencia -eso no me parece mal- mantiene la duda sobre el Camps corrupto. Lo hace desde Costa Rica, en esos onerosos viajes estivales de doña Teresa por Iberoamérica, viajes cuya finalidad nadie ha conseguido averiguar tras varias ediciones del periplo, aunque algunos la sospechamos: el engrandecimiento de su figura como estadista internacional, que reparte mercedes entre los menesterosos hispanos. En dichos viajes, absolutamente inútiles -que esa no es su función sino, en todo caso, la del ministro de Exteriores-, doña Teresa se hace rodear de un séquito de periodistas fidelísimos, e incluso aconseja a los editores qué periodistas -los más dóciles- deben viajar por el subcontinente a su vera y cantar las excelencias de su excelencia. Con el coste de ese viaje, y no digamos nada con el coste de las mercedes que, como si fuera un Papa Noel anoréxico, reparte la vice (con nuestro dinero, como creo haber dicho antes).
Sospecho que dichos viajes, los regalos de los mismos, podrían pagarse un traje diario vitalicio para Paco Camps. Ahora bien, no hay comparación posible, porque los de doña Teresa son corrupción estrictamente legal.
Posdata: Tiene su coña que la española que más gasta en vestuario -no de su bolsillo, que también forma parte del Presupuesto- convierta los trajes de Milano de Camps en la clave del debate político. Jeta dura no le falta.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com