Sr. Director:
Desde hace tiempo, raro es el día que los medios de comunicación no nos informan de la aparición de nuevos casos de corrupción en los que están implicados normalmente políticos de unos y otros partidos.
Esta situación, que parece endémica, está creando una imagen simplista de "políticos corruptos-ciudadanía buena" que está lejos de ser real. Hay corrupción en todos los niveles de la sociedad, y también en las instituciones y los partidos. Esto no ocurre sólo en nuestro país sino que es un grave problema en el conjunto de la UE donde, según datos oficiales, se calcula que asciende a ciento veinte mil millones de euros, debido a la evasión de impuestos: renta, IVA, etc. Esto no quiere decir que no haya también, numerosos ejemplos de servicio, honradez y trabajo en las empresas, en las instituciones, en la sociedad e incluso en los partidos.
Se está legislando mucho para erradicar esta lacra de la sociedad, de las instituciones, de los partidos y eso es positivo, pero insuficiente, pues el problema en el trasfondo es consecuencia de la pérdida de valores y sentido moral. Y es que el relativismo no se ha impuesto solo en el terreno ideológico sino también en las actitudes, valores y comportamientos personales, en el día a día.
En este sentido, vienen muy a cuento dos referencias al magisterio de la Iglesia que no son válidas únicamente para creyentes sino que iluminan a toda la sociedad. Una de ellas la formuló el hoy santo Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus en 1991: "Si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia".
La otra cita es del discurso de Benedicto XVI en el Parlamento alemán en 2011, que aunque fundamentalmente se refiere al papel de los políticos, es aplicable a toda la sociedad. El Papa recordó un acontecimiento narrado en la Biblia para dar toda una lección de ética pública: Dios concedió al joven rey Salomón la posibilidad de formular una petición con ocasión de su entronización. Lejos de pedir éxitos, riquezas o triunfos, el nuevo monarca suplicó: «Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal».
Con este relato, decía Benedicto XVI, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político. Su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a desvirtuar el derecho, a la destrucción de la justicia. «Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos», dijo en cierta ocasión San Agustín."
Para esto no basta endurecer las penas que sirvan para disuadir "a los amigos de lo ajeno" sino que se requiere una regeneración ética y de las denostadas virtudes de siempre, y abandonar la subjetividad del relativismo que prescinde de toda referencia a los principios universales inherentes a las personas.
Fernando Villar Molina