El monopolio otorgado por Felipe González para la ONCE se convierte ahora en un problema para el Estado. Por primera vez, el gobierno debe de hacer frente a las pérdidas de la organización de ciegos. Y probablemente no será la última. El cupón ya no tira como antes como consecuencia de la creciente competencia y los ingresos ya no alcanzan para mantener el tinglao que Durán montó a la sombra del felipismo.

Como sin hacer ruido, el gobierno aprobó en el último Consejo de Ministros celebrado el pasado 28 de julio la asignación financiera de 15.132.157 euros a la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) para compensar el resultado negativo de explotación correspondiente a 2004. La información no fue comentada por la ministra portavoz, Mª Teresa Fernández de la Vega, y tan sólo ocupaba escasas tres líneas en la referencia informativa que se entrega a los periodistas.

Tan sólo una agencia de noticias lanzó el teletipo que fue publicado por dos portales de internet. Silencio en la sala que la cuenta publicitaria de los ciegos está en juego. Pero la crisis está ahí y, según señalan fuentes internas de la ONCE a Hispanidad, resulta pavorosa. Se trata de un secreto a voces que nadie quiere afrontar de cara.

Pero crisis, haberla, hayla. Desde hace casi una década, la ONCE no para de cerrar empresas y actividad. El gran grupo industrial creado a los pechos del felipismo se disuelve como azucarillo en el agua. La razón es que los ingresos ya no permiten aguantar los fastos de una organización crecida y amamantada a los pechos del poder. La competencia de la Primitiva, la Bonoloto y el Euromillón (la lotería realizada al mismo tiempo en Gran Bretaña, Francia y España)  hacen menos atractivo el cupón de los ciegos que luchan ahora por poner de moda el rasca, la nueva lotería inmediata de la ONCE.

Pero mientras tanto, las pérdidas de 2004 son cubiertas por el Estado con una aportación superior a los 15 millones de euros. Y como en el comer y el rascar, la cosa no es más que empezar. El gobierno, que había cedido la atención de los ciegos en la ONCE, se ve ahora obligado a satisfacer las pérdidas para no dejar al colectivo tirado. Al fin y al cabo, el Estado es responsable último de las personas con minusvalías.

De esta manera comienza a pagarse la factura de la oportunidad perdida por el felipismo. La ONCE consiguió la concesión administrativa del cupón a cambio de encargarse de la atención sanitaria y social de los ciegos. En principio un buen acuerdo. Pero había algo más. La ONCE se comprometió también con el gobierno felipista a hacerle algunos favores a cambio de tener la exclusiva del juego entre los discapacitados. De esta manera, la organización de ciegos protagonizó una guerra financiera contra Escámez y entró de lleno en los medios de comunicación: Servimedia, Onda Cero y Tele 5.

A cambio, el gobierno se comprometía a dejar el juego en exclusiva de los ciegos. Incluso llegó a meter en la cárcel a los responsables de otros colectivos de discapacitados que osaron lanzar un cupón similar. ¿Qué pasaba entonces con los otros discapacitados? Serían integrados dentro de la ONCE, pero siempre en segunda división, quedando claro que la prioridad sería para los ciegos.

 

Así, los discapacitados físicos y mentales y los paralíticos cerebrales son los primeros afectados de la crisis que atraviesa la organización. Son mal atendidos por el Estado y se ven obligados a mendigar a una ONCE cuyas ubres están cada día más secas. Las primeras víctimas de la canallada felipista de no aprovechar la oportunidad histórica para ofrecer un futuro digno para todos los discapacitados a través del juego.

Ahora toca pagar al Estado. Y probablemente vuelva a tocar en el futuro. Porque las cuentas siguen sin salir. Se acabó eso que decía Felipe de que los ciegos están fenomenalmente atendidos y no les cuestan un duro al Estado. Ahora sí cuestan. Y estaría bien que Caldera, que como ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, ejerce el protectorado, además de poner dinero encima de la mesa, se metiera a fondo en los problemas de gestión.