Gran noticia: los bancos centrales de Estados Unidos, UE y Reino Unido estarían tejiendo un plan para devolver confianza a los mercados. Comprarían, con dinero público, valores en bolsa para que los valores no se derrumbaran. Es decir para que los accionistas y los intermediarios puedan seguir ganando dinero a costa de los ciudadanos no-especulativos, es decir, la inmensa mayoría, especialmente los menesterosos.

¡Genial! Veamos: el que tiene dinero para comprar acciones es porque ya ha satisfecho antes sus necesidades primarias. Podríamos decir que no es el primero por quien debe preocuparse un buen gobernante que trabaja para el bien común.

Porque no todo el mundo puede permitirse el lujo de comprar acciones pero todo el mundo tiene que pagar sus impuestos, y es con el dinero de esos impuestos con el que los sesudos bancos centrales, es decir los poderosos de Occidente, pretenden rescatar los valores bursátiles. ¡Pues si los valores bursátiles se hunden, que se hundan!

Y luego están los intermediarios, las casas de bolsa, como les gusta decir a los japoneses, broker en anglosajón, intermediarios financieros, en español. Aquí ya no es que con dinero de todos los ciudadanos se beneficie a una pequeña porción de privilegiados. Aquí es peor: significa que con dinero de los particulares se va a ayudar a las instituciones financieras, especialmente a las más especulativas, a las que se dedican a la intermediación y se aprovechan de información confidencial. Habrá que recordarle a alguien, por ejemplo las autoridades de Estados Unidos, Europa y Japón, a los ricos del mundo, que las instituciones se crearon para el hombre no el hombre para las instituciones

El Estado, y con él los mercados financieros, son los dos instrumentos con los que el rico esclaviza al pobre, o el pudiente al impecune, si lo prefieren así, que lo mismo da, pues lo mismo significa.

Pero es que hay más. La acción concertada (cuidado, en la sociedad de la información lo grave no son las conspiraciones, sino los consensos) de los bancos centrales trata de devolver liquidez al mercado –apuntalando la fortuna de los ricos, sí, pero dejemos eso-. Ahora bien, ¿dónde está el dinero que so priva de esa liquidez? Dónde e ha escondido el océano de liquidez en el que llevamos navegando desde hace un cuarto de siglo, perpetrando la mayor burbuja especulativa de la historia, lo que el maestro Alan Greenspan llamaba la "exhuberancia irracional de los mercados". No creo que se haya volatilizado. La respuesta es muy sencilla: la liquidez está en las instituciones que han optado por una posición más líquida, a costa de ganar menos, pero asegurar más. Los bancos prefieren retener liquidez, de acuerdo, pero, entonces, ¿por qué debemos proporcionársela el resto de los ciudadanos con dinero de nuestros impuestos?

Y ojo, porque este mecanismo perverso, sustancial al capitalismo, donde los poderosos usurpan el Estado para absorber el dinero de los ciudadanos, este invento nefasto de los mercados financieros regulados, está extendiendo su maléfica influencia como una mancha de aceite a todos los sectores regulados o a aquellos otros que fijan precios en mercados organizados -no se si es peor un mercado regulado o uno organizado-, es decir, los sectores económicos más importantes, como la energía, las telecomunicaciones o las materias primas. Cuestiones como el déficit de tarifa –otra acción concertada entre el Estado y los grandes empresarios-, han convertido al sector energético en una selva en la que todos los ciudadanos financiamos a los poderosos que nos ofrecen energía renovable: el ofertante se forra con las subvenciones que le paga el usuario a través del Estado. Y encima todos contentos, porque somos muy verdes. Antes, cuando al pueblo se le quería tomar por tonto se le llamaba "pueblo soberano"; ahora se le llama "verde, ecológico, medioambiental y sostenible".

Habrá que insistir: si un banco quiebra que quiebre; si la bolsa se derrumba que se derrumbe; si los accionistas pierden dinero que lo pierdan: lo que importa es que el conjunto de los ciudadanos pierda menos. Y a eso es a lo que llamamos bien común.

Eulogio López