Somos muy perspicaces. Por eso, ahora, cuando entramos en el sexto año de crisis, ya sabemos que el estallido de las 'subprime', en agosto de 2007, tiene algo que ver con la especulación financiera. Vamos a por ello.

Tenemos una crisis moral, producto de un ataque a la propiedad privada, sin la cual no puede existir libertad alguna. Hablo de la propiedad privada real, la pequeña, no de la propiedad privada fiduciaria, que es la propia de las economías financistas. En definitiva, quienes rigen los mercados financieros trabajan con el dinero de los demás y lo gastan alegremente, inmoralmente.

El segundo problema moral consiste en haber perdido el sentido del bien común. El análisis financiero que se ha impuesto en el mundo -el de todos los analistas de hoy en día- consiste en algo tan sencillo como esto: si un analista, o una agencia de riesgo, o un inversor de capital-riesgo o un banco de inversión, analizara una empresa productora de gas letal, que sólo pudiera utilizarse en campos de exterminio, el informe concluiría de idéntica forma que el análisis de otra compañía dedicada a la producción de alimentos o de vacunas para el Tercer Mundo: comprar, mantener o infraponderar. No describo una hipótesis sino una realidad diaria.

Una economía financista es aquella marcada por dos notas distintivas. Lo que importa es el cuánto, cuánto se puede ganar, no el qué, es decir, qué fabrica esa unidad de producción, cómo lo fabrica y si lo que fabrica es útil para el bien común. A esto es a lo que llamo crisis moral.

Pero la crisis actual, además de inmoral, es mundial. Es la crisis M-M. Todo el mundo le debe dinero a todo el mundo. El mundo está repleto de prestamistas y rentistas. De gente agobiada por las deudas y de gente que no vive de trabajar para el bien común sino de especular con sus ahorros.

Dicho en términos económicos, es decir, un pelín pedantes: no es que España, o Europa, estén apalancadas: lo que está apalancado es el mundo. Todo el mundo le debe dinero a todo el mundo, incluso a aquellos -personas físicas, jurídicas y países- que no necesitaban endeudarse. Es una economía en que todo el mundo, especialmente las grandes empresas y los Estados -que no son sino grandes empresas que juegan con trampa, pues controlan la ley- siempre trabajan con el dinero de los demás y cuando los prestamistas aprietan dejan en el paro a sus gentes o en la recesión a sus ciudadanos. ¿Y por qué no funcionan con fondos propios, con su propio dinero? Por codicia, porque sienten el ansia de crecer a toda velocidad.

Pulula por Internet un economista llamado Steve Keen (en la imagen) que habla de la necesidad de un 'jubileo' financiero. Como se sabe el jubileo fue un invento de la Biblia, por el que, a los 50 años, se cancelaban las deudas y las propiedades remitían a sus antiguos dueños. En definitiva, las deudas prescribían pero, al mismo tiempo, compradores y vendedores sabían que no podían dedicar la mera compra-venta sin aportar nada al bien común. Es sólo una idea y a mí me gusta más la del del fomento de la propiedad privada real, es decir, la pequeña propiedad privada, pero es una idea.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com