El programa de Radio intercontinental (mañana del miércoles 30) que dirige Pepe Cañaveras transcurría con normalidad, es decir, se atenía a las normas. Hasta que entró en el estudio Boti García Rodríguez, líder emergente, subyacente, prepotente y sedicente de las lesbianas españolas, candidata al Congreso por Izquierda Unida. Tenía enfrente al presidente del partido Familia y Vida, José Alberto Fernández. El asunto, cómo no: la aprobación por parte del Congreso de una proposición no de ley que incita (no sé si es la palabra adecuada) a promulgar una ley que legalice el matrimonio homosexual (más bien que lo equipare al único matrimonio posible).

 

Fernández argumentaba que la homosexualidad es, en efecto, una opción, no una condición. No se nace homosexual, de la misma forma que no se nace catedrático de historia medieval.

 

Y tampoco importa demasiado, porque, no se si han caído en la cuenta, pero esto del matrimonio gay no es una discusión académica, sino una batalla política en toda regla. Así que, doña Boti, acabó por gritar a Fernández:

 

- Le voy a llamar lo que menos le gusta: maricón.

 

Pero, Boti, muchacha, que en Francia ya te habrían llevado al banquillo de los acusados. Los franceses están dispuestos a condenar a quien haga chistes homofóbicos, porque son franceses, pero no son idiotas, así que tanto la izquierda como la derecha han cerrado filas, porque saben que el matrimonio es lo que forman un hombre y una mujer, y que el matrimonio gay es una carcoma capaz de disolver una sociedad en un par de generaciones.

 

En cualquier caso, ¡cuán emocionante ha sido la puesta en escena! Y precisamente en la semana (ya no hay día: hay semana, dentro de poco, mes) del Orgullo Gay, cuando nuestras calles se llenan de espectáculos llenos de luz y de color y explosiones de risa argentina, todos los grupos parlamentarios, al alimón, han decidido apoyar una proposición no de ley del PSOE en la que se insta al Gobierno (del PSOE) a legalizar el matrimonio homosexual.

 

De inmediato, los servicios de prensa del Partido Popular se ocuparon de pregonar a todo el mundo mundial que el PP apoyaba la iniciativa. Como un solo hombre, los diputados populares apoyaron la iniciativa socialista. Que se sepa, ningún diputado tuvo el valor para levantar la mano y manifestar su discrepancia.

 

Eso sí, los populares dejaron claro que, al mismo tiempo, se oponen a la adopción de niños por homosexuales: nosotros no somos como el PSOE, sería el mensaje: nosotros aceptamos las bodas gays pero no las adopciones: todavía hay clases. Pues no, ustedes, señores del PP, son aún más incongruentes, que ya es decir. Ustedes dicen sí al matrimonio gay y no a la adopción, pero eso no tienen ningún sentido. Si existe el matrimonio gay, entonces tienen ustedes que aceptar las adopciones gay, porque el principal fin del matrimonio es la gestación y educación de la prole. Lo suyo, señores del PP y de CIU (el nacionalismo moderado catalán está en la misma línea, lo que demuestra que por algo moderación y mediocridad empiezan por la misma letra) como diría Boti, es estar un poquito embarazado o ser un poquito maricón.

 

En cualquier caso, la suerte está echada. Juan Pablo II ha repetido por activa y por pasiva que un político cristiano no puede aprobar leyes que promulguen el matrimonio gay y lo equiparen al heterosexual. Y también ha dejado claro que un elector no puede votar a un partido que defiende esos principios. En otras palabras, la norma sobre matrimonios gay, apoyada por todos los partidos, será legal y unánime, pero no será moralmente legítima. Mirar hacia otro lado no parece una solución. Al menos, no resulta coherente.

 

En otras palabras, a partir de ahora, todo católico español debería preguntarse (la verdad es que debería habérselo preguntado antes, cuando todos los partidos con representación parlamentaria dieron por buena la ley del aborto) a quién votar. Ya no hay un partido peor que otro en lo referente a valores morales insoslayables. Ahora, todos están en el mismo ajo (como diría Victoria de Beckam, España huele a ajo). Probablemente, ha llegado el momento de la confesionalidad (que no del clericalismo). A fin de cuentas, habrá que buscar a alguien a quien se pueda votar o los católicos tendremos que aceptar la reclusión en el gueto.

 

Eulogio López