"Si son pederastas no pueden ser sacerdotes". Lo repito: si Josep Ratzinger fuera periodista le contrataba como titulador, la parte más difícil del oficio. En dos palabras resume una situación. Juan Pablo II era mucho más barroco, pero Ratzinger es un hombre de destellos, lacónico, poco amigo de decir o escribir ni una sola palabra más de lo imprescindible. Ambos, predecesor y actual Vicario de Cristo en la tierra, tiene una imagen opuesta a la realidad, justo la opuesta.

La pederastia de una parte -mínima- del clero norteamericano es un escándalo de grandes dimensiones, una canallada que hay que extirpar del seno de la Iglesia, y con premura. Incluso diría que el escándalo es de tal magnitud que más vale pasarse que quedarse corto. Y si un inocente queda pillado que se consuele en la oración. Pero eso no quita que se haya exagerado interesadamente el alcance del problema.

Con esa portentosa capacidad para la síntesis, Benedicto XVI ha dicho algo más. Ha dicho que "los responsable de los seminarios trabajan para que no vuelva a ocurrir". Algo que incide sobre las declaraciones del ex Presidente de la Conferencia Episcopal americana, Wilton Gregory cuando relacionaba la pedofilia en el clero norteamericano con la petición, o la no persecución, de la homosexualidad en los seminarios.

Créame, no tengo la menor intención de discutir sobre la relación entre sodomía y pedofilia: si hay algo agotador es negar la evidencia. Simplemente digo que, sin ofender a nadie, ni tan siquiera Benedicto XVI ha aludido a un hecho ineludible, simplemente porque es cierto.

En cualquier caso, la pederastia norteamericana ha constituido una de las grandes victorias de los cristófobos y comecuras progres: para muchas almas cándidas, decir cura, a día de hoy, es decir pedófilo. El asunto es tan injusto, y tan miserable, que no merece comentarios sino cabreos. Pero es.

Eulogio López

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