Uno comprende que la pésima situación deportiva y anímica que atraviesa el Real Madrid y, lo que quizás sea peor, el buen momento del Barça, eclipsa el resto de la actualidad. Ahora bien, no deja de ser preocupante la desidia con la que, por lo menos en Europa, se está tomando el asunto de la clonación, que pretende aprobar Naciones Unidas (cuando usted lea esta carta es probable que ya se conozca la decisión).
La propuesta proviene, para desgracia de todos, de un país católico : la católica Francia, de la que alguien, creo que fue Martín Ferrand, afirmó en su día que si desapareciera del mapa sólo añoraríamos el champán. Francia propone la puesta de largo de la clonación reproductiva. Porque el hombre, políticos, científicos e intelectuales, principalmente, que no la gente común, siempre ha sentido la tentación de crear otros seres humanos, de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. En definitiva, de ser como dioses (oficio para el que, por otra parte, calculo que hay que tener más paciencia que un santo).
La verdad es que los científicos y genetistas no crean maldita la cosa, sino que, como siempre ocurre con el hombre, lo único que hacen es manipular un material que ya les ha sido dado. Crear, lo que se dice crear, más bien nada. Pero es igual, estos chicos están muy ilusionados.
Naturalmente, la modernidad progresista es muy aficionada a la moraleja (razón por la cual no entiende nada de moral), así que ya ha inscrito en letras de bronce el primer mandamiento : lo hacemos para curar enfermedades, es decir, por puro afán altruista y filantrópico. Es decir, creamos niños (la otra alternativa es parecida: aprovechar los niños fabricados en ese engendro llamado fecundación in vitro) y luego nos los cargamos para curar enfermedades, que conste.
Por eso, el segundo mandamiento de la modernidad progre, esto es, de la iniciativa francesa y me temo que de muchos representantes de otros tantos países en Naciones Unidas, es este: Clonación terapéutica sí, clonación reproductiva no. La Iglesia vuelve a quedarse un poco sola cuando recuerda que ambas clonaciones son una barbaridad. Yo añado que la terapéutica aún es más salvaje que la reproductiva, dado que de ésta puede surgir un engendro sin identidad, pero aquélla fabrica niños para el desguace. Puestos a analizar barbaridades, me quedo con la reproductiva.
Pero hay algo más extraordinariamente preocupante. Al final, toda la fuerza argumental de los clonadores estriba en que el embrión manipulado ni se ve. No es una persona, es un conjunto de células. Y lo dicen sin inmutarse, aunque saben perfectamente que donde hay genoma humano hay ser humano y que en ese conjunto de células están propiedades del individuo adulto, incluidos componentes de su futura pigmentación.
Y así, en el colmo de la majadería, lo que late al fondo del actual debate de Naciones Unidas no son las cuestiones más profundas de la vida sino, por el contrario, la pregunta primera de la lógica: ¿Cómo definir algo? ¿Por lo que es o por lo que parece? Los clonadores llaman esencialistas a quienes defienden que donde hay genoma humano hay ser humano. Es decir, ¡les acusan de ir a la esencia de las cosas!, en lugar de quedarse con la apariencia, lo que se ve: un conjunto de células.
Es decir, que lo esencial se vuelve coyuntural y supongo que lo coyuntural, esencial y estructural; lo profundo se metamorfosea en superficial y lo frívolo en metafísico. Y así, con un poco de suerte, todos nos volveremos gilipollas, o gilipollos, eso sí, orgánico.
Por cierto, pase lo de la clonación, pero ¿qué sexo deberían tener los embriones clonados si se les permitiera desarrollarse? ¿Puede darse discriminación por razón de sexo, algo imperdonable, o el lobby gay de la ONU los preferirá asexuados?
Lo que está claro es que si la ONU da ese paso, lo mejor es borrarse de la ONU o del planeta.
Por tanto, queridos amigos, dos son las cuestiones de las que debemos preocuparnos. La una es el esencialismo, hasta ahora considera virtud y, desde ahora mismo, defecto, miseria y mezquindad. Estamos en la era de la imagen, es decir, en la era de la frivolidad.
La segundo preocupación es que toda aberración debe refugiarse de ética. Detrás del moralismo, siempre hay un canalla, no lo duden. Un ejemplo, la Caja de Ahorros de Granada es la entidad española que se dedica a financiar el destripamiento de embriones humanos, por orden del muy ilustrado, por tanto, nada esencialista, presidente andaluz, el socialista Manuel Chaves (otro personaje partidario de recortar los mandatos presidenciales con un límite temporal... en cuanto él se jubile).
El pasado jueves 21, en la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA), presidente de dicha entidad de ahorros, el ilustrísimo Antonio María Claret García García (nada menos), presentaba en Madrid a Muhammad Yunus, el insigne paquistaní que casi ha inventado el microcrédito, o crédito mínimo, para montar pequeños negocios y matar el hambre. Yunus merecería un monumento, por su labor al frente del Banco Graneen, una entidad con muy escasa morosidad, que presta dinero a los más pobres, especialmente de Bangladesh y la India. Yunus se ha empeñado en que un banco no tiene que ser esa entidad dedicada a dar dinero a quien no lo necesita. Así que ha creado en España la Fundación Latino Graneen, de que Antonio María Claret García García será vicepresidente. Es decir, que además de dedicarse a masacrar micropersonas, ocupará su tiempo libre en donar microcréditos, actividad menos lucrativa y mucho más digna que la primera.
La solución, ya la saben ustedes: retiren sus cuentas corrientes y sus libretas de Caja Granada. Lo que sobran en España son bancos y cajas que no dedican su obra social a terminar con la sociedad futura. Y, sobre todo, porque ya está bien de que los lobos se revistan de piel de cordero. No lleve sus ahorros a Caja Granada.
Eulogio López