Podríamos decir que hay tres niveles de ser: materia, vida y persona (tras esta afirmación preliminar recibiré un duro apercibimiento de mi amigo, el profe de metafísica, José Escandell).

La piedra es pura materia, mientas que una flor tiene vida, sólo que no piensa. El hombre sí; mezcla de espíritu y materia, el hombre piensa, razón por la cual mejora o empeora, que todo es posible).

Tan profundísima disertación (segunda bronca del Escandell), hablemos de japonés y los dos norteamericanos a los que se ha concedido el Nobel de Química: Ei-ichi Negishi, Akira Suzuki y Richard Heck.

Con esa obsesión que existe en los medios, y en el ambiente, de utilizar a la ciencia como pedradas contra Dios, no era de extrañar que los productores de moléculas sean traducidos como creadores de vida, es decir, como dioses. Por ejemplo, agarro la crónica de ABC, periódico poco sospechoso de haber roto hostilidades con el Creador. El título da que pensar: Nobel para tres imitadores de la vida. Razón del preciado galardón: haber revolucionado la imitación sintética de la naturaleza. Bien por la autora: hablamos de imitación. Pero en cualquier caso, imitación con materiales prestados.

El hombre no crea nada, sólo transforma lo ya creado. Y la demostración más palpable y definitiva de esto no consiste en la incapacidad humana para crear una persona o una lechuga, sino en su manifiesta incapacidad para crear un pedrusco. De la nada nunca sale nada. Y crear consiste en sacar al hombre de la nada. El hombre, ese animal magnífico, racional y libre, no puede dar razón de su existencia, nadie le ha pedido permiso para venir al mundo.

Si hablamos de crear, tan inexplicable resulta la creación de una piedra como la creación del ser humano más capaz e inteligente. Una molécula viva, o un átomo inteligente (¿Qué puñetas es un átomo inteligente?) siempre parte de una materia prima que, como la existencia propia, nos viene dada. Somos niños que se divierten con los juguetes que nos han proporcionado. Resulta un poco ridículo presumir de ello.

Y respecto al Premio Nobel de Literatura, concedido a Mario Vargas Llosa, me remito al estupendo artículo de Lapsis en Infocatólica. Mucha mejor pinta tiene el nombramiento del Nobel de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo, no sólo por el galardonado, sino por el hecho de que el Comité noruego del Nobel recuerda que el espectacular crecimiento económico chino en ningún caso justifica la tiranía que sigue ejerciendo el partido comunista chino. El laureado no sabe que ha sido premiado dado que permanece en la cárcel por pedir para China la democracia. O sea, que, por una vez, los nobeles se enfrentan a una tiranía, a la mayor tiranía del mundo. Los gobiernos de occidente y las empresas que alientan lo de un país dos sistemas deberían tomar nota.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com