Buena persona es aquel que no ha puesto una demanda o querella en su vida a su prójimo. ¿Y cuál sería la definición de malvado recalcitrante? Es aquel que tiene por lema en la vida el socorrido aforismo Nos veremos en los tribunales y que controla los vericuetos de la Administración de Justicia (nada que ver con la justicia; es otra cosa), lo suficiente para convertirla en instrumento de venganza.

De hecho, nos veremos en los tribunales es otra forma de decir ya te ajustaré las cuentas.

Por ejemplo, para terminar con la prensa libre y con la libertad de expresión, es decir, con la libertad de los pobres -pues el poderoso no soporta las críticas-, no hay nada como freír al rebelde en querellas demandas y denuncias de todo tipo. Un detalle, cuando al vicesecretario general del PSOE, Pepiño Blanco, le empezaron a hablar de su famoso ático en la isla de Arosa advirtió que si alguien publicara algo sobre ello le metería en los juzgados, algo que él debe confundir con la prisión.

La buena gente, por contra, considera que es mejor un mal acuerdo que un buen pleito, y no permite que la venganza se entrometa ni tan siquiera en su sentido de mera justicia distributiva. La buena gente sabe que, desde el momento en que la verdad es decidida por un tercero según una ley, es decir de forma periodística, o sea, lo que pomposamente conocemos como el Estado de Derecho, se hace realidad la definición de  Noel Clarasó: Grupo de hombres que se reúnen para ver cuál de los dos abogados es el mejor. Esto es, sabe hay una justicia par los pudientes y otra para los impecunes. Y aún diría más: tengo la sensación que el negocio de juez o de fiscal genera un cinismo sobre la naturaleza humana que lleva a pensar que si alguien es demandado... algo habrá hecho. La alternativa, consiste en admitir que la mala gente está utilizando el aparato judicial en beneficio propio, una humillación que pocos magistrados o profesionales del derecho están dispuestos a aceptar.

Pues bien, dice el anuario de la Fiscalía que España se está judicializando a marchas forzadas -también la vida política, porque los políticos no suelen ser buena gente- y que, en poco tiempo, conseguiremos alcanzar los niveles anglosajones, eso sí, con una administración de justicia un pelín más lenta. Cada vez litigamos más -ergo, según el principio aludido, resulta que cada vez somos más malos- aunque, qué curioso, disminuyen las denuncias contra los pequeños, o grandes denuncias contra los pequeños  -o grandes- delitos que conllevan humillación: robos con violencia, allanamientos, faltas de respeto a la mujer, etc. Por eso, el ministro del Interior, Rasputín Rubalcaba, dice que la criminalidad desciende, aunque la gente cada día tiene más miedo.

¿Es que vivimos una era de mayor respeto a las personas y menor a la propiedad? No, es que entre la ciudadanía ha cundido el rumor de que denunciar este tipo de delitos, insisto, los más humillantes, no sirve para nada. Pero esta es otra historia.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com