Entre los principales problemas de la saturación informativa actual es que los periodistas ya tienen bastante con escribir sus artículos, como para encima tener que leer los firmados por otros. Por eso, no me asombra nada el titular, producto de una entrevista con el ginecólogo Javier Haya, con la que un periódico serio, cuyo ideario es el humanismo cristiano, titulaba ha pocas lunas: "Somos lo que comemos y pensamos lo que comemos".

No está nada mal, porque Eduardo Punset ha conseguido un éxito editorial con la tontuna suprema, y no precisamente novedosa, de que "el alma es el cerebro". Será la suya, protesto ofendido, aunque Punset, como buen experto en mercadotecnia televisiva, no ha hecho más que vender como novedad una tontuna tan vieja como la modernidad: el alma neuronal.

Ahora bien, puesto a degradar a la única especie racional, a veces incluso razonable, que puebla el planeta, yo me quedo con la tontuna segunda, el "alma neuronal", que representa una degradación, sí, pero un pelín superior al alma ventral, que recuerda el también castizo aforismo de que algunos no son hombres, sino vientres. Al menos, las neuronas rara vez eructan. Y todo ello me recuerda a aquel profesor de historia que nos explicaba –años ochenta del pasado siglo- que la historia no venía marcada ni por materialismo histórico ni por el dialéctico, sino por el ‘triángulo vital', formado por tres vértices: el estómago, el bolsillo y eso que están ustedes pensando.

Quizás el director del medio no se ha percatado de la carga de profundidad de afirmar que "somos lo que comemos". Esa afirmación forma parte de la actual conspiración contra el espíritu, siempre pareja a la conspiración contra el sentido común. Porque claro, el hombre es espíritu y materia (observen lo políticamente correcto que me he vuelto: no hablo de cuerpo y alma, sólo del neutral y pluralista binomio de materia y espíritu) y eso se demuestra en que el hombre sigue siendo el mismo, a pesar de que todas sus células se renuevan en un periodo que, dependiendo de la edad, oscila entre los dos y los siete años. Si sólo fuera materia, el hombre no tendría historia, y estaría cambiando de identidad al ritmo de la muerte y creación de sus células de su materia. Es por eso por lo que el astutísimo Punset se ha borrado unos de los vértices del triángulo vital, el bolsillo, a costa de plagiar una idea ajena: el alma neuronal, el último recurso para explicarse, sin necesidad de recurrir a ese Dios que asoma sus cabeza por todos los requisitos del pensamiento humano, que no de las neuronas, como única explicación posible, no a las preguntas de la ciencia o la fe, sino a la pregunta primera: ¿Por qué existe algo… incluidos los estómagos y las neuronas? La segunda es: ¿Por qué permanezco siendo yo, el mismo adulto que fue niño, si todo mi ser material, incluido el sistema neuronal, ha cambiado? Pregunta que sólo tiene una respuesta: porque hay algo espiritual -alma, mente, personalidad, psicología, o como se le quiera llamar- que permanece mientras mueren las células.

Ahora bien dicho todo esto, estoy dispuesto a reconocerle al gran maestro Punset que el alma neuronal es un concepto un pelín más digno que el alma-vientre. A fin de cuentas, la ingesta se degrada, anula, desaparece y convierte en viseras en el lapso de una digestión, mientras la s neuronas se degradan con el tiempo, a lo largo de toda la vida. Al menos las neuronas duran toda una vida, aunque cambien, se degraden y mueran.

Pero lo más preocupante, tanto del abdominal Javier Haya, como del Punset neuronal es que ambas tontunas conllevan el virus liberticida. En efecto, ¿dónde queda la libertad si pensamos lo que comemos o si somos esclavos de nuestras neuronas? Porque no es que la libertad sea espiritual: es que es espíritu.

Eulogio López