Mi querido amigo el impenitente -y a veces impertinente- Manuel Morillo me recuerda el texto del que fuera obispo primado de España, titular de la diócesis de Toledo, con sus peros a la Constitución Española de 1978, don Marcelo González. Merece la pena leer los comentarios de este obispo que, sin proponerlo abiertamente, inducía al voto negativo.

Nada que oponer: ya he dicho que yo voté "no" en el referéndum constitucional, sobre todo por una razón, ya mencionada por el prelado González: que no me sonaba bien aquello de "todos tienen derecho a la vida". Y no me sonaba bien porque la frase, como todo en derecho, se podía retorcer como una viruta. Y se retorció: al final, resultaba que el "todos" quería decir "todos los nacidos" y, como bien recuerda, Morillo, eso ha ocasionado más de un millón de abortos quirúrgicos y millones de abortos químicos. Vamos, que no era "todos" sino "casi todos" y, a la postre, ha devenido en que España se ha convertido en un paraíso del aborto y de la utilización de embriones humanos como cobayas de laboratorio. Y voté no porque, aunque soy un entusiasta de la democracia parlamentaria -el menos malo de todos los sistemas políticos posibles- una democracia donde se vulnera el derecho a la vida. Si falla el principal de todos los derech9os no hay democracia. Prefiero una dictadura que respete la vida que una democracia que martiriza al ser más inocente y más indefenso: el concebido y no nacido. Si no fuera por ello, yo habría votado positivamente a un texto que pretendía cerrar las heridas de la Guerra Civil.

Ahora bien, mi única duda sobre lo acertado o erróneo de mi voto de 1978 es si el derecho a la vida hubiera imperado en España hoy, en 2012, con otro texto constitucional. Dicho de otro modo: ¿el causante de la gran matanza fue la norma legal, la que introdujo el aborto, o fue la descristianización de España la que ha programado la supresión del derecho a la vida? No lo sé.

Por otra parte, algunos, como Morillo, abominan de la Constitución por liberal y relativista. Yo no puedo hacerlo, por dos razones: porque no identifico ambos términos (liberalismo y relativismo no son lo mismo) y porque resulta que soy liberal. Al menos económicamente liberal. Vamos, que lo que soy es Chestertoniano: un tipo que era católico, y hasta podríamos decir tradicionalista, a la par que liberal, miembro del partido liberal inglés y cofundador del sistema económico conocido como distributismo, o adecuada distribución de la propiedad.

Liberal, decía, Chesterton, es aquel que cree en la propiedad privada, no en la empresa privada. Y distinguía ambas tendencias -que no son lo mismo con uno de sus brillantes ejemplos: un carterista puede ser un gran defensor de la empresa privada, del mercado, pero no se le podrá considerar un defensor de la propiedad privada, ¿verdad?

Gilbert Chesterton sabía que el liberalismo, la defensa de la propiedad privada, especialmente de la propiedad privada pequeña, era la base de la libertad, y hacía bueno todo el derecho español -ya desde los visigodos, que resumía en tres los derechos que avalaban la dignidad humana: vida, libertad y propiedad. El bueno de Gilbert se pasó la vida luchando contra los grandes oligopolios, en defensa del tendero de la esquina o del pequeño propietario agrario, o del profesional, o de lo que hoy llamaríamos pequeños. Chesterton luchó contra el Estado y contra los grandes propietarios porque sabían que ambos eran los grandes enemigos: dos, no uno. De la propiedad privada, según otra de sus proposiciones: ¿Qué más me da que todas las tierras del Condado pertenezcan al Estado o al Duque de Sutherland?".

En definitiva, el gran pensador católico del mundo moderno, míster Chesterton, era liberal porque defendía la PPP: pequeña propiedad privada. Yo soy liberal porque soy chestertoniano. La clave no está en la naturaleza jurídica de los bienes, sino en su tamaño, porque lo grande es ingobernable y esclavizante.

Precisamente, estos fundamentalistas del mercado, especialmente, en el siglo XXI, de los mercados financieros, fueron los que obligaron a Juan Pablo II a condenar el neoliberalismo, es decir, lo que siempre hemos entendido como capitalismo, y especialmente, como capitalismo financiero.

Por tanto, yo soy liberal. Si la Constitución del 78 lo es, ¡bien por la Constitución del 78!

Otrosí: para Morillo la Constitución es liberal-relativista, porque para él, y para otros muchos, liberalismo y relativismo son términos sinónimos. Me niego a aceptarlo. El relativismo es la gran majadería intelectual de la modernidad. El liberalismo no tiene por qué ser anticristiano, pero el relativismo siempre lo será. De hecho, nadie es relativista porque nadie puede vivir como tal: el hombre vive en el dogma, en la convicción, en los principios… o se condena a la esquizofrenia y a la angustia vital.

Si muchos entienden la democracia como relativismo, donde no existe ni la verdad ni el bien, la culpa no es ni de la verdad ni del bien, ni de la Constitución de 1978: es de los que interpretan que el derecho es flexible como una barra de regaliz y que ser libre es arrogarse todos los derechos y ninguna responsabilidad. Pero eso no lo dice la Constitución del 78: lo dicen los que tiene mucha cara.

Estamos en la conmemoración de la Constitución, la celebración de la Inmaculada Concepción, el dogma más español de todos: lo creamos aquí, en la "Tierra de María". Es un dogma y, por tanto, es de todos los que quieran hacerlo suyo, de todos los que sabemos que el único ser humano que evitó "el desagradable incidente de la manzana", la inclinación al mal que está en el origen de todas las abominaciones que perpetra el hombre y que el hombre sufre, no fue ningún varón, sino una mujer.

Eulogio López

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