La anécdota seguramente será falsa, dado que la cuenta Voltaire, que era un mentiroso compulsivo, uno de los primeros periodistas de la edad moderna, no les digo más. La segunda razón para dudar de su veracidad es porque es buenísima. Digo, pues, que narra Voltaire la reacción de Luis XIV, Rey de Francia, cuando el duque de Malborough derrotó al Ejército galo del general Villeroy, en Ramillies, recién comenzado el siglo XVIII: "Dios se ha olvidado de lo mucho que he hecho por Él" (aunque desconozco si utilizó el pronombre personal ‘él' con mayúscula o con minúscula).
Y es que a Luis XIV le ocurría lo mismo que a Leon Tolstoi, a quien el historiador Paul Johnson (delicioso veneno para el intelecto, oiga usted) calificaba como "el hermano pequeño de Dios", aunque con la aclaración postrera de que Tolstoi no acababa de conformarse con la condición de benjamín. Es cierto, en el mundo abundan las personas convencidas, no sólo de que el Padre Eterno no cumple a perfecta satisfacción su función en el universo, sino que se le pueden apuntar muchos consejos útiles y provechosos.
Pero también hay otra versión más moderna de esta curiosa interpretación teológica (quizás más teosófica que teológica, y, desde luego, muy poco teleológica. Hala, chicos, al diccionario filosófico): la de pluralismo eclesial.
Así, por ejemplo, leemos en El País una noticia que hace sangrar nuestras sensibilidades: "Pastor sancionado por no creer en Dios". Thorkild (al parecer descendiente del dios Thor) Grosböll, párroco de la localidad de Taarbaek, próxima a Copenhague atraviesa una situación que el periódico no duda en calificar de "dramática". Reiteradamente, ‘Thor' ha manifestado que no cree en la existencia de Dios, pero no está dispuesto a que le cesen de su cargo de párroco. Nuestro buen clérigo, compungido ante tamaña injusticia, sin duda fruto de alguna tendencia integrista luterana, algún grupúsculo de apoyo a George Bush, se defiende advirtiendo del "demencial fundamentalismo cristiano" existente en el mundo actual. Y nuestro buen párroco, muy humanista aunque poco deísta, manifiesta que "por miedo al islamismo se intenta encontrar una respuesta religiosa y nacionalista a los problemas". ¿Lo ven? Ahí está la pista de Bush.
En la espléndida sátira británica titulada "Sí, Ministro", el primer mandatario inglés se ve en la necesidad de elegir entre dos clérigos para ocupar una diócesis anglicana (los obispados anglicanos resultan más suculentos que algunas consejerías delegadas). Sus asesores le explicaban por qué debe elegir a uno de los candidatos, y que para mantener un sano pluralismo debe nombrar a un determinado candidato al que califican de modernista:
-¿Un ateo? –pregunta el primer ministro.
-¡Oh no, presidente! Un sacerdote ateo no podría cobrar su estipendio. De modo que cuando dejan de creer en Dios se autodenominan modernistas (por cierto, en España, los modernistas son los progres).
Es más, los funcionarios le informan de que, para mantener un delicado equilibrio, una necesaria estabilidad en
Y, para terminar:
-Usted sabe, señor primer ministro,
-¿Qué significa eso?
-Bueno, la teología es un método para ayudar a los agnósticos a permanecer dentro de
He ahí un delicado ejemplo, el del pastor Thorkild, una ráfaga de aire fresco que renueve el viciado ambiente de las sacristías fundamentalistas católicas. Pero me temo que en España no hay nada que hacer: huye la caverna clerical del sano pluralismo interno, del equilibrio, del diálogo, del talante, empecinados en que todos los párrocos cristianos crean en Cristo. Y así, no hay manera de hacer una democracia progresista.
Sin ir más lejos, el ministro de Justicia del Gobierno español ha solicitado a
Considero una prioridad política que, con urgencia, el Gobierno Zapatero lleve al Parlamento un proyecto de ley que imponga (con esta gentuza no hay otra forma) el pluralismo eclesial: un párroco creyente, otro agnóstico o (por qué no tres variantes, como en el sexo) otro ateo recalcitrante. De otra forma, no conseguiremos librarnos de las tinieblas medievales e inquisitoriales que oscurecen tantas mentes. La ponente de la norma debería ser Teresa Fernández de
Eulogio López