Días atrás dije que me había leído en diagonal la encíclica de Benedicto XVI (ver texto completo de la Encíclica), Ahora ya la he leído despacio, y me temo que voy a necesitar una tercera y aún una cuarta lectura.
Pues bien, a esta alturas me pregunto ya si muchos de los medios de comunicación y de los articulistas es decir, los intelectuales de hoy que han escrito sobre Deus caritas est, la han leído en diagonal o de punto a punto : es decir, la primera frase, no más, de cada uno de los 42 puntos de la encíclica (y menos mal que era corta, oiga usted).
Por ejemplo, ahí tenemos a un intelectual de tomo y lomo, el viñetista de El País Máximo, que, según propia definición, no busca la sonrisa del público sino su reflexión. O sea, que él no hace chistes, sino editoriales ilustrados. Máximo es un tipo muy profundo. Por eso, ha concluido que la distinción de Benedicto XVI entre eros y agapé, amor erótico y amor espiritual, da como resultado Desayuno con diamantes. El otro día hablaba de lo que entienden por amor los jóvenes universitarios españoles: aquello que se realiza en el catre. Pero Máximo les supera: Máximo entiende por amor a una adúltera eso sí finísima, oiga usted- que se jalea con un millonario por su pasta y con un gigoló es decir, un puto, al que no puede aceptar porque no tiene la pasta suficiente. ¡Qué bien has entendido la encíclica, Máximo, cuán grande sos! Muchachos: menos leer a Benedicto XVI y más a Máximo, que yes un monstruo, oh!
También he visto a Ignacio Camacho, ex director de ABC, en uno de esos ditirambos que resultan mucho más peligrosos que la injuria más cruel, comenzando por su título Escribir como Dios. Hombre, será dios con minúscula, querido analfabeto, o de otra forma no es más que una blasfemia. Camacho realiza una curiosa interpretación sobre un Papa alejado del dogma, ¿seguro?, o de un papa antifundamentalista, un par de medias verdades que revelan algo singular: Camacho se ha leído el texto, pero con unas orejeras de tal calibre que no ha entendido de la misa la media.
En el mismo diario ABC, el suplemento religioso Alfa y Omega sí que da con la clave: Benedicto XVI recupera el sentido de la palabra amor. En efecto, eso es lo que ha hecho, pero el logro del Pontífice no se queda en la semántica, sino que ofrece el único programa de vida que pueda lograr que el hombre sea feliz: el amor a Cristo, propio de almas recias, y, desde esa caridad, el amor a sus hermanos. Por cierto, Benedicto XVI aclara que caridad amor son una misma cosa, y a partir de ahí distingue entre el amor de hombre y mujer, el amor diríamos en genérico, que no es otra cosa que la entrega de uno mismo y el compromiso, que, como todo compromiso, o es para siempre o ni es entrega ni es compromiso.
Es ese amor que no consiste simplemente en dejarse llevar por el instinto. Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia.
Aquí, Benedicto XVI no hace otra cosa que seguir el lamento pedagógico de Chesterton: llegará un momento en que habrá que luchar para demostrar que una hoja es verde. Porque claro, ¿cómo puede no haber renuncia si se trata de entregase uno mismo, todo entero?
Pero no sólo eso. Confieso mi absoluto fracaso en un debate con universitarios sobre el amor erótico. Trataba yo de convencerles de que lo romántico no es el corazón desde luego no la entrepierna- sino la cabeza. La fría cabeza, portaestandarte de la libertad y de la razón. Con ellas se ama, cuando se decide entregarse a una mujer .o una mujer a un hombre. No necesito decir que coseché un estrepitoso fracaso. Incluso hubo un chaval, de cara despierta y apariencia agradable, que me llegó a espetar que yo confundía sentimiento con sensibilidad, cuestión lingüística que no ha dejado de preocuparme desde entonces. No lo digo como queja ni mucho menos como burla de aquel joven. Al menos era un romántico, siempre preferible a un cínico o a un obseso sexual, que es el biotipo más habitual en estos tiempos.
Pues bien, aunque Máximo ande un tanto despistado, aclara Benedicto XVI, sin que sus glosadores, ni los a favor ni los en contra, parezcan haberse enterado, que los sentimientos van y vienen, pero el amor tiende a la eternidad (punto 6). Es más, nos remonta hasta el Cantar de los cantares (como alguien dijo y no fue ni El País ni el ABC-, el libro más porno de la Biblia) para marcar la diferencia entre dodim agapé. Hoy traduciríamos la primera por enamoramiento, que es algo estupendo, como pueden probar decenas de novelistas juglares desde que el mundo es mundo, pero que todavía no ha alcanzado el agapé, donde el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado : se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca. O séase verbigracia, igualito que el gigoló de la peli.
Por cierto, las mujeres entienden este amor-entrega, este viaje hacia la felicidad por la vía de la renuncia, mejor que cualquier hombre, es como si estuviera escrito en la matrícula genética de la feminidad. A los varones nos cuesta más hacernos con ese concepto, que no deja de ser la calve del a existencia. Y el feminismo que nos asola trata de borrar de la feminidad esa verdad innata, la del amor donación, masculinizando a las féminas en nombre de la igualdad. ¡Chupa del frasco, Carrasco!
Sigamos.- Otra de las verdades de a puño que Benedicto XVI rescata en Deus caritas est. Otra genialidad, no inventada por el Papa, pero sí descubierta, porque estaba enterrada. Ya he dicho que el papa intelectual ha tratado de ser lo más parroquial posible: no ha escrito una encíclica para mostrar su erudición aunque no pude ocultarla- sino para demostrar la sabiduría, es decir, la sencillez de aquello que puede no sólo mostrar la verdad, sino la felicidad. Habla Benedicto XVI de la diferencia entre el dios de Aristóteles y de su diferencia radical con Cristo. Aristóteles quizás haya sido la cumbre intelectual de todos los tiempos, los hebreos de Moisés, por el contrario, eran un pueblo ignorante, incapaz de pensar como Aristóteles, pero pueblo elegido por Dios. Por eso, la potencia divina a la cual Aristóteles, en la cumbre de la filosofía griega, trató de llegar a través de la reflexión, es ciertamente objeto de deseo y amor por parte de todo ser, pero ella misma no necesita nada y no ama, sólo es amada. El Dios único en el que cree Israel, sin embargo, ama personalmente (punto 9).
A eso no podía llegar por sus propias fuerzas ni el mismísimo Aristóteles. En efecto, Cristo ama, se entrega al hombre. Una idea tan loca, tan absurda, tan improbable y casi tan imposible, sólo dios podía revelarla, y se la reveló a un pueblo cutre como el judío, de la misma forma que desde ellos, nuestros hermanos mayores en la fe, la ha revelado a otra panda de cutres, como somos los cristianos de hoy. El amor de Cristo por el hombre es eros, pero también agapé.
Pero la diferencia entre Aristóteles y Moisés tiene otra consecuencia básica y es otra de las grandes verdades olvidadas alrededor de la caridad -repitamos: caridad y amor son sinónimos-: que el amor es para siempre. El amor es donación y crece o mengua, pero nunca permanece estanco. Y el crecimiento o la reducción del amor depende, única y exclusivamente, de los amantes. Esa es la razón natural por la que no puede admitirse el divorcio, esa es la razón natural por la que el amor se proyecta para siempre o mejor abandonar el proyecto antes de empezar. El amor condicionado no existe, de la misma forma que no existe la donación condicionada, porque si se da con condiciones, entonces ya no es donación.
De ahí la tontuna de justificar una separación porque ya no le amo. Quien pronuncia esa frase está diciendo : ya no siento que le amo. Pero el amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor... (el amor) implica también a nuestra voluntad y a nuestro entendimiento No obstante, es un proceso que siempre está en camino : el amor nunca se da por concluido y completado; se transforma en el curso de la vida y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo (punto 17).
Es decir, el amor no es sólo sexo, pero, lo que es más importante, el amor no es sólo un sentimiento. El amor es entrega, por eso es para siempre. La gente no se hace cristiana tras profunda reflexiones, sino porque Dios sale a su encuentro. Y Dios es una persona: Cristo. Dios no ha creado al hombre para olvidarse luego de él: Dios se anticipa a nuestro amor, Él amó primero, a pesar de que no tenía necesidad alguna de nuestro amor, nosotros sí lo tenemos del suyo.
O sea, como Desayuno con diamantes. En verdad, que no se ha hecho la miel para la boca de los cebrianes.
Dejo para un segundo artículo la segunda parte de Dios es amor.
Eulogio López