Suceso real vivido en primera persona. Dos lechuginos adolescentes -intuyo que no superarían los 16 años- en un autobús que circulaba por Boadilla del Monte, provincia de Madrid.
El diálogo de los dos lechuginos del siglo XXI no tiene desperdicio y créanme si les digo que no exagero ni un ápice. La cosa comienza con una declaración de principios de uno de ellos:
-Yo soy bisexual.
En ese momento es cuando uno espera una reacción de sano asombro, incluso un punto de indignación, en su compañero, pero, al parecer, he perdido el contacto con el futuro, es decir, con los adolescentes del siglo XXI:
-¡Qué suerte, tío! Yo sólo puedo ligar con chicas. Tú tienes las dos posibilidades. Y encima, ligar con chicas es muy aburrido. Figúrate que acabo de romper con mi novia, porque tener novia mola, al comienzo, pero luego te raya.
-¿Y cuánto tiempo llevabas con ella?
-Dos semanas. Oye, ¿y se lo has contado a tus padres?
-¿El qué?
-Eso, que te va todo.
-Sí. Figúrate, con lo mucho que presumen de liberales y resulta que no les ha gustado nada. Mi padre se ha cabreado y mi madre me ha dicho que lo que pasa es que aún no tengo definida mi sexualidad.
Y lo que más asombra al oyente, servidor, no es el bisexual sino la reacción de su colega. Esto lo viví en primera persona. Un amigo, profesor, se topó con un caso bien distinto… o bien parecido. Una alumna de 13 años le preguntó:
-Oye tío, ya tengo 13 años, ¿tú crees que estoy preparada para hacer sexo con mi novio de 19?
No es fácil responder, sin documentación previa a este tipo de preguntas científicas, así que mi amigo optó por lo más sensato:
-¿Por qué no hablas con tus padres?
Sus adolescentes ojos se salen de las órbitas:
-¡¿Estás loco, tío?!
Sus padres no eran buenos consejeros, y además, lo más probable es que no buscara consejero sino connivencia.
Juan Pablo II aseguraba que esta época que nos ha tocado vivir no es ni mejor ni peor que otras. Pero -remachaba- sí hay algo que la distingue a la actual: la incapacidad de esta generación para trasmitir a las siguientes una serie de principios y de valores que hasta ahora se daban por hechos, se trasmitían casi sin pretenderlo. En eso sí somos distintos a nuestros ancestros. En el fondo, el error consiste en confundir lo normal con lo habitual. Pues eso.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com.