Aunar con acierto  comercialidad con mensaje de denuncia es bastante complicado. Edgard Zwick lo ha conseguido en Diamante de sangre, un largometraje en el que se muestran las consecuencias  provocadas por el tráfico ilegal de diamantes en Africa así como la penosa existencia de  los  denominados niños-soldado.

 

Sierra Leona. Guerra civil de 1990.  Leonardo Di Caprio  (nominado al Oscar de mejor actor por su interpretación en este film) encarna a un ex mercenario cuyo destino se verá unido al de un  pescador, un responsable padre de familia. Ambos hombres se ven abocados a buscar juntos un diamante rosa que puede cambiar su futuro. Mientras que para el primero puede suponer un confortable  retiro en el Primer Mundo, para el humilde pescador es el salvoconducto para liberar a su hijo, convertido en un niño-soldado por sus captores. En medio de ellos una idealista periodista norteamericana, que ha sido enviada a la zona  para publicar la verdad sobre los conflictos civiles que origina el comercio de diamantes.

 

Espectacularidad, buenas escenas de acción y un mensaje rotundo de denuncia se dan la mano en este film épico de previsible, pero no por ello menos emocionante, final. Bien rodado y con la dosis exacta de sentimentalismo, Diamante de sangre pretende concienciar al gran público  de que detrás de algo tan bello como un diamante puede esconderse una historia labrada a base de sangre, sudor y lágrimas. Una forma inequívoca  de mostrar que en un mundo globalizado como el nuestro cada día son más palpables las diferencias entre los países ricos y los pobres,  y que pocos gobernantes parecen dispuestos a intentar cambiarlo.

 

Como dice, en un momento dado de la película, un anciano de un pueblo devastado: hemos de pedir a Dios que, en nuestro país,  no encuentren petróleo porque no sé que sería de nosotros

 

Para: Los que les gusten las superproducciones emocionantes y bien resueltas