Siempre he admirado a aquéllos que saben hacer fama y fortuna a costa de las subvenciones públicas, quizás porque, exceptuando los descuentos conseguidos en mi juventud, en los viajes de RENFE por familia numerosa -‘mea culpa', llegué a falsificar un carné- nunca he logrado acceder al maná de las regalías y privanzas estatales. Es éste para mí un terreno tan deseado como impenetrable, anaquel de mi fracaso en la vida, humillante sensación de ser un ‘pringao'.

Por eso, admiro tanto al ministro de Sanidad del Gobierno Zapatero, Bernat Soria, que logró convertirse en un "prestigioso científico", también llamados ‘PC', a costa de emplear embriones humanos como cobayas de laboratorio. Con ello ganó fama de ‘PC' además de mucho dinero público, y todo ello a pesar de no haber logrado curar ni un resfriado aunque, eso sí, planteando hipótesis con mucho potencial de futuro. Ahora, una gallega valiente, Carmen Areoso -lo cuenta Santiago Mata, en un estupendo reportaje en Gaceta de los Negocios-  ha denunciado al Banco Andaluz de Células Madre (BACM), el supergarito de Bernat, por matar embriones.

La verdad es que las dos leyes de corte nazi del Gobierno Zapatero permiten y promueven precisamente eso: la matanza de embriones humanos, es decir, de niños diminutos. Hablo de la Reforma de ley de Fecundación Asistida IV -verdadero origen de la matanza- y de la Ley de Investigación Biomédica. Pero ojo, la matanza de embriones comenzó con la popular Ana Pastor al frente del Ministerio de Sanidad del Gobierno Aznar, la misma que se enorgullece, aún hoy, de que fuera el PP, ella misma, quien abrió la vía de la "investigación con embriones" sobrantes de la FIV. Es decir, quien inició la matanza.

A lo que vamos: la matanza de embriones no ha curado a nadie; las células estaminales adultas sí. Bernat mantuvo el negocio abierto gracias a una curiosísima ficción, propia de un PC, de  que las células embrionarias eran mucho más elásticas y totipotentes que las adultas. En efecto, tan totipotentes, que provocaban tumores. Al tiempo, una troupe de descerebrados -políticos y periodistas, ‘mayormente'- corearon al hoy ministro sustituyendo el concepto de embrión, primero por pre-embrión. Según ellos, por ejemplo Bernat Soria, la entonces ministra de Sanidad, Elena Salgado, o los editorialistas de El País y de El Mundo- el ser humano comenzaba a existir a los 14 días -ni al decimotercero ni al decimoquinto, miren por dónde- con la implantación, que es algo parecido a decir que el abajo firmante, el Eulogio, cambia de esencia cuando toma la línea 27 de autobús y se traslada desde su hogar a su trabajo, siendo que cuando ha llegado es otro ser, otro yo. Es igual, porque son ‘PC' y pronto puede decir cualquier majadería si ésta conviene a su fama y a su bolsillo.

Pero el trabajo duro de la gran estafa corrió, cómo no, a cargo de los periodistas (¿Qué sería del mundo sin los periodistas?). Los más progresistas presentadores de TV comenzaron a hablar de "conjunto de células", en lugar de embriones. ¿Y a quién puede ofenderle que se manipulen unas pocas células si, además, se hace en nombre de la investigación de la salud y con móviles terapéuticos? Un razonamiento, asimismo, de lo más científico. No hay más que pensar en nosotros mismos, que también somos "un conjunto de células". Este postulado -científico, como creo haber dicho antes- siempre me ha parecido un poquito machista, porque implica considerar que los varones somos superiores a las hembras, por el simple hecho de que  tenemos más células, somos más grandes. Una línea argumental que lleva a concluir que Casius Clay es mucho más persona que la madre Teresa, cuyo número de células era, reconozcámoslo, muy inferior, y quién sabe si de peor calidad.

Bernat Soria y otros PC, con el apoyo entusiasta de políticos y periodistas, profundizaron en tan singular pensamiento -y en tan pocas singulares subvenciones públicas a la matanza- y también recordaron que, cada minuto, los adultos perdemos células sin dejar de ser nosotros mismos. Y esto es bello e instructivo. En efecto, perdemos células, pero no troceamos el embrión original. Eso es igual que arrancarle una ramita a un naranjo. El propietario del mismo se nos cabreará un tanto, por haberle hecho perder un futura naranja y nos llamará al orden, pero se cabreará mucho más, y nos molerá a palos, si arrancamos la raíz del naranjo.

Con pensadores tan profundos, y tan espabilados, como Bernat Soria, no es de extrañar que ahora, cuando se ha descubierto que no necesitamos trocear embriones para terapia génica, sino que podemos utilizar células adultas, por ejemplo, de la piel, con las que no se mata a nadie, que previsiblemente generarán menos rechazo, y que no provocarán tumores como ocurre con las embrionarias, cuando, en resumen, se ha descubierto la monumental estafa de los embrionicidas, don Bernat, ni corto ni perezoso, decide dar la vuelta a la tortilla y ahora afirma que el debate resultará menos "agrio" y sin tantos "reparos morales". Es decir, que no va a cerrar su matadero sevillano de embriones -seguramente lo hace para que no se pierdan tantos puestos de trabajo- y no va a proscribir la nueva ley FIV ni la de Investigación Biomédica. Prueba evidente de que no querían curar: lo que querían era matar, porque la muerte tiene una atracción mórbida muy superior a cualquier otro fenómeno vital, el sexo incluido. Sólo ese amor por la vida es más fuerte que la atracción de la muerte.

Ahora bien, ahora que el gran fraude ha sido señalado con el dedo, ahora que Benedicto XVI ha zanjado toda la discusión moral con su frase genial: "Dios ama al embrión", conviene aclarar que -la polémica de los embriones comenzó a finales del siglo XX, con la puñetera FIV, insisto, origen de todos los males- en siete años de pugna dialéctica ha habido dos tipos de enemigos del ser humano. Los homicidas, es decir los progresistas, y los tibios. Tibios -algunos de ellos muy píos cristianos- son los que han jugueteado con el concepto de pre-embrión o con la necesidad imperiosa de «colocar a los embriones sobrantes del a FIV ("No se puede hacer otra cosa con ellos")» o que simplemente, en el fragor de la batalla, se han subido al púlpito y han apelado al necesario respeto a la otra parte. Sí, debemos respetar a los homicidas en su tarea de asesinar a inocentes. Estamos en contra naturalmente, pero tenemos que respetar el oficio de matarife. Estamos en contra de Hitler, sí, pero tenemos que respetar  el trabajo de los nazis en los campos de exterminio. Y lo peor es que la tibieza resulta especialmente grave en la sociedad de la comunicación, que por su exceso de información, que necesariamente obliga a seleccionar, el común de los mortales nos guiamos por los "argumentos de autoridad". Por ejemplo, un cristiano de base -no de las comunidades de base- se guiará en esta materia por referentes cristianos, académicos, catedráticos e investigadores a los que sabe correligionarios. Pues bien, en la batalla de los embriones, alguna de esas autoridades se ha revelado tibia por mor de la presión ambiental. Para ser exactos, dolosamente tibios, incluso, dado que no cito nombres, decididamente cobardes. Lo digo porque ahora, cuando ha caído el telón, veo a muchos de ellos volver a defender al embrión, sin ambages ni equívocos, desde la concepción a la muerte natural. No les pido que hagan pública su rectificación, porque los de a pié tenemos poca memoria, y les aplaudo por su cambio de discurso. Lo que sí les pido es que no regresen, nunca jamás, a la tibieza. Les pido que, aunque todo el mundo -más bien el mundo y El Mundo- se sitúe en su contra -como ha ocurrido durante estos siete años de siglo- aunque defender al embrión pareciera -aún lo parece, pero algo está cambiando- una especie de radicalismo marginal que te expulsaba del proscenio social para recluirte en las cloacas, no caigan en la "tolerancia". Y aunque te expulsen -qué horror- de la comunidad científica, la que otorga títulos de PC, de los partidos políticos con poder o del selecto club de periodistas ‘influyentes', no se avengana "desdramatizar". O sea, que no cedan a lo políticamente correcto, que no se callen, ni debajo del agua. Ya sabemos a qué nos llevó la tolerancia con los nazis. Además, no nos creemos la propaganda del enemigo. No son PC los que aplauden la utilización de embriones humanos, sino que son PC porque lo aplauden. Son PC porque aceptan manipular personas y los que no lo aceptan, pues no son PC, nadie los conoce y nadie les entrevista en los medios. Porque en la sociedad actual los "argumentos de autoridad" no son importantes, son, sencillamente, definitivos.

Por cierto, la batalla por el embrión no remitirá hasta que no se suprima la FIV o, al menos, hasta que se prohíba producir más embriones de los que se vayan a insertar en la madre y se prohíban los abortos selectivos. La muy progresista Alemania ya está en ello.

¿Nunca más el troceo de los embriones sobrantes de la FIV? No, nunca más la tibieza. Eulogio López 

eulogio@hispanidad.com