Leo en la batidora de
La discriminación positiva es una injusticia sólo si se entiende por justicia la igualdad. De otra forma, toda ayuda al más débil resultaría una muy condenable discriminación positiva. No, para paliar una desigualdad (otra cosa es que haya que solucionarla) hay que acudir a la desigualdad de trato: ayudas al que lo necesita, primarle, subvencionarle, ayudarle… discriminarle positivamente.
Así que el proyecto de ley sobre violencia de género no es condenable porque discrimine positivamente a los hombres. Es condenable por otras muchas cosas. A saber:
1. Es demagogia pura y no va a las causas de las cosas: el aumento de la violencia de género tiene su origen en la guerra de sexos provocada por el feminismo y en la cosificación de la mujer, especialmente desde la pornografía imperante. La progresía ha convertido a la mujer en un objeto de placer. Lo extraño es que la violencia no haya aparecido antes y lo extraño es que no se hayan producido muchos más casos.
2. La mujer, objeto de la discriminación positiva, también ejerce la violencia, y de qué forma, incluso más que el varón. La primera y más horrible, el aborto. Durante 2003, 65 mujeres fueron asesinadas por sus parejas masculinas, pero un año antes, 77.000 bebés en España eran troceados con la colaboración y a instancias de su madre. Es cierto que muchas veces el varón es tan culpable como la mujer del asesinato de su hijo no nacido, pero las cifras siguen impresionando: 67 frente a 77.000. Y sigue impresionado que el mismo Gobierno que se golpea el pecho por las mujeres asesinadas proponga más aborto, más asesinatos. Cualitativamente, la violencia de aborto es, asimismo, más cruel que la violencia doméstica: se ejerce contra le ser más indefenso. La mujer tiene la defensa de su edad, su razón, su historia. El niño abortado no tiene ninguna. Por tanto, puedo concluir, y lo hago con muy pocas ganas, que la mujer es hoy mucho más violenta que el varón.
Ahora bien, ¿la discriminación positiva es, de suyo, un buen principio? Por supuesto que sí, por más que legiones de juristas perdidos en la sinuosa línea que separa el derecho de la solidaridad y la justicia de la equidad, digan todo lo contrario. El problema es con quién se aplica ese principio y en qué condiciones. Nadie ha dicho que los principios morales sean fáciles de aplicar. No lo son, porque los principios no cambian: lo que cambia es la realidad sobre la que se aplican esos principios.
Eulogio López