La diversidad primera consiste en que todas las especies, incluidas las cucarachas, forman parte del ciclo de la vida y tienen derecho, no ya a vivir, sino a ser protegidas por el ser humano, lo que implica al precitado ser humano en la protección de las precitadas especies animales y vegetales. Para ser exactos, el único que no tiene derecho a protección es, mismamente, el redicho ser humano, que es el malo de la película progre universal.
Luego está la diversidad sexual. Hasta ahora, a través de siglos de historia, se consideraba que la diversidad sexual consistía en la existencia de hombres y mujeres. Los unos y las otras no podían ser ni más distintos ni más complementarios.
De hecho corren rumores de que la subsistencia de la especie animal no protegida, por ende la más trivial de todas, la racional (y depredadora, naturalmente), se debe a la diversidad sexuada: hombre más mujer produce más hombres y más mujeres.
Pero en el siglo XXI todo ha cambiado y ha nacido la libre opción sexual: hombres con hombres, mujeres con mujeres, travestis con transexuales, mientras esperamos la llegada de las divisiones zoofilícas y necrofílicas, dos realidades que llaman a nuestra puerta y esperan el reconocimiento debido.
Entiéndase: no es que la sodomía apareciera en el año 2000, con el cambio de milenio: ¡Qué simpleza! La sodomía ha existido siempre, como existen otros muchos fenómenos y realidades, no por ello deseados por la generalidad. No, la novedad consiste en que antes se trataba, no de una enfermedad, sino de una barbaridad y las buenas gentes trataban de evitarlo en la medida de lo posible.
Ahora, por contra, resulta que la homosexualidad es un derecho y, en consecuencia, debe ser tratado como tal. ¿Y cuál es la característica de la nueva tabla de derechos de la raza humana? La subvención pública, naturalmente.
Por eso, las fuerzas políticas de izquierda y de derecha se han apresurado a subvencionar cosas tales como el hecho que nos ocupa: la semana (antes era el día, y dentro de poco será el año) del orgullo gay.
Pero debemos centrarnos en la diversidad. La diversidad natural es la de hombre y mujer, pero ahora, miren por dónde, la diversidad es uno con uno y una con una.
Ciertamente, la naturaleza se rebela contra ello, porque la naturaleza -no me hagan describir los pormenores- no ha preparado vía alguna para la nueva diversidad. Es un problema de cóncavos y convexos. Pero esa barrera se soluciona pronto con un argumento definitivo: la naturaleza es fascista y, probablemente, muy clerical.
Menos mal que estoy fuera de Madrid estos días.
Eulogio López
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