Sea como fuere, entro en la catedral de La Almudena y me la encuentro abarrotada de gente. No viejos, sino jóvenes y adultos. Por supuesto, no hay sitio en los bancos y poco espacio hasta la entidad principal, casi nunca utilizada.
Sorpresa agradable: nadie sabe cómo pero la devoción a la Divina Misericordia y a su fundadora moderna, la religiosa polaca Faustina Kowalska (1903-1938), ha cundido por el mundo sin ningún ejercicio de marketing. Al parecer, el espíritu de infancia espiritual, de abandono en las manos de Dios cunde en el universo, a pesar de que los escritos de Santa Faustina, su famoso Diario, estuvo en interdicto por la curia durante cuatro décadas.
Pero mi sorpresa es que todos los presentes se saben de memoria la Coronilla de Santa Faustina, pues respondían a las dos mujeres que dirigían la ceremonia.
Tal fue el éxito de convocatoria que la curiosa -esta vez no la vaticana, sino la diocesana- se pilló los dedos. Es evidente que una de la claves de la Divina Misericordia es el sacramento de la Penitencia, pero sólo había tres sacerdotes confesando y las colas ante las garitas iban de parte a parte de la nave.
No está mal para una devoción que no cuenta con estructura eclesiástica alguna, ni tan siquiera con infraestructura civil, propia de los movimientos católicos. Al parecer sólo cuenta con un mensaje pertinente. Pero le basta y le sobra.
Eulogio López
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