Formidable gesto el de los lazos blancos en los pasos procesionales de la Semana Santa española. Formidable el diario de ZP, Público, empollándose las distintas cofradías, para delatar a los recalcitrantes defensores de la vida y poner medallas a aquellos otras que, con un sano espíritu de tolerante democracia, como las de Tarragona, han decidido no mezclar religión y política, una retorcida viruta argumental que sólo nuestro flamante nuevo ministro de Educación, maese Gabilondo, lograría desentrañar con sus afamados galimatías.
Formidable gesto, insisto, el de los lazos blancos, y aún más formidable el razonamiento que lo justifica, donde, desde los más diversos rincones de la geografía española, surge, como si de un consenso se tratara, el mismo término, el mismo concepto: coherencia. Es de coherencia, razonan los cofrades del lazo blanco, que si participamos en una asociación católica, cuyo objeto consiste en buscar el perdón por las propias culpas, no reparemos en la mayor 'estructura de pecado', en el mayor genocidio que vieron los tiempos, el genocidio de la raza humana, es decir, la contracepción y el aborto (que son una misma cosa, por cierto). La pregunta, como siempre ocurre con los progres, es justo la contraria de la que ellos formulan: ¿Cómo es posible que las cofradías de Semana Santa no se hayan preocupado hasta ahora de manifestar de forma expresa a su oposición al aborto? Decíamos ayer que cuando la gente no se arrodilla ante el Sagrario damos pábulo a la sospecha de que no confía, de que no cree, en que en su interior esté el mismísimo Dios, Omnipotente, el que crea de la nada, el único Poseedor de Existencia, por lo demás, Redentor y Padre. De la misma forma, podríamos decir que una cofradía de Semana Santa que no expresa su desaprobación -al menos, eso- a la mayor barbaridad de los tiempos actuales, el asesinato en masa de los seres humanos mas inocentes y más indefensos-, se ha convertido, en efecto en una cultura religiosa, espantoso cóctel de hierbas amargas que significa esto: fe mínima y cursilería máxima.
Gracias a iniciativas como el lazo blanco, la masacre silenciosa, los Auschwitz actuales, los abortorios, no ha caído en el olvido. No puedo decir que el genocidio remita, todo lo contrario, sabemos que va a más, pero a lo menos los promotores de la matanza se ven forzados a plantearse en conciencia la bestialidad que perpetran. No tendrán excusa en el juicio.
Más. Gracias a los lazos blancos, a la visualización -que diría el manual del buen marxista- la política y la economía no sólo no se han olvidado del infanticidio, sino que giran alrededor de él. Sólo hay dos ideologías en el siglo XXI: los partidarios de la muerte y los partidarios de la vida. Por eso, el plan económico de Obama, de carácter plutocrático, recibe el visto bueno de los congresistas y senadores republicanos y demócratas 'pro choice' frente a la negativa de los pro-vida de ambas formaciones. Sospechosa coincidencia. Es lógico, la plutocracia, sea de izquierdas o de derechas, tiene una receta para los males de la economía. Considera que, en lugar de erradicar la pobreza, hay que erradicar a los pobres.
Que el mundo entero depende de su guía, el Occidente cristiano, más que una obviedad parece ya una tautología. Y es por otra tautología por la que Occidente se muere. Fenece por falta de vitalidad. Que no es una bonita metáfora ni una torpe alegoría, ni tan siquiera una paradoja mediocre, sino literalidad: Occidente se muere porque no tiene ganas de vivir, y la prueba fehaciente de esta aversión a la vida, a la inocencia, es el aborto, es decir, el odio a la paternidad y hacia el indefenso, la aversión a la procreación -crear con-, la mayor muestra de creatividad del hombre, y la hartura acerca de la educación de la prole y el desprecio a la infancia, con toda la amargura y apocamiento que conlleva. Esa falta de vitalidad, ese aburguesamiento colectivo, constituye la alarma roja de la civilización, de la civilización cristiana, que, como decía el otro es la única civilización que existe. Occidente se muere porque aborrece la vida ajena y no consigue dar sentido a la propia y cada cual sólo lucha por su supervivencia.
Dentro de ese canto a la vida que es la resurrección de Cristo, con un Dios que nos muestra la salida del sepulcro, las procesiones de Semana Santa han estrenado lazo blanco. Ahora sí que la han armado.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com